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Un campesino peruano demanda a una empresa eléctrica alemana y pide indemnización por la reducción de los glaciares

Crisis del Clima

Un campesino peruano demanda a una empresa eléctrica alemana y pide indemnización por la reducción de los glaciares

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Juan Víctor Morales Moreno, de 52 años, tiene uno de los empleos más solitarios del mundo. Salvo por las incursiones que hace hasta el centro de Huaraz (Perú) en sus descansos quincenales, el año entero se la pasa vigilando la laguna Palcacocha (a 4.562 metros de altitud), en la Cordillera Blanca, a 100 metros debajo de su cabaña de piedra.

El salario es de 2.500 soles (unos 765 dólares). La misión: cada dos horas, de noche o de día, relatar cualquier alteración en el lago glaciar, por radio o teléfono satelital, al Centro de Operaciones y Emergencia Regional del departamento de Ancash. El trabajo como guardián de la montaña castigada por el calentamiento global ya dura tres años.

Toda la atención está volcada hacia los glaciares Palcaraju y Pucaranra, que penden amenazadores a 600 metros arriba del espejo de agua. De su estabilidad depende la seguridad de 25.000 huaracinos que viven en el llamado cono de riesgo aluvional (casi un sexto de la población).

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Palcacocha obtuvo relevancia internacional cuando uno de estos habitantes –Saúl Luciano Lliuya– la colocó como eje en un proceso judicial en Alemania contra la empresa de energía RWE. La demanda tiene como objetivo que la compañía pague una cuota de 17.000 euros de las obras de seguridad en la laguna, con un costo total estimado en 3,6 millones de euros.

Esta cifra corresponde a la parcela de responsabilidad atribuido a RWE (0,47%) por todas las emisiones de gases de efecto invernadero lanzadas en el mundo desde 1854, según un estudio publicado en 2014 por Richard Heede, del Climate Accountability Institute, de Estados Unidos.

Por más excepcional que parezca, las cortes alemanas le dieron curso al proceso judicial.

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La amenaza esgrimida por Palcacocha es concreta. En 1941, la laguna tenía un volumen 30% menor que el actual y causó cerca de 2.000 muertes en Huaraz. Aquella mañana del 13 de diciembre, una avalancha de piedras y lodo partió la ciudad al medio.

Se estima que un bloque de los glaciares se desprendió y creó una ola con decenas de metros de altura. Se rompió el dique natural de rocas y tierra suelta de la morrena (depósito de fragmentos transportados por el glaciar en movimiento).

Quedaron apenas 500.000 m³ de agua en el reservorio, el equivalente a 200 piscinas olímpicas. Con la continua desglaciación de Palcaraju y Pucaranra, tal volumen se multiplicó por 34.

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"El año pasado, en mayo, hubo una avalancha moderada de la montaña Palcaraju. Cayó directamente en la laguna y produjo una ola de tres metros", cuenta el vigía Víctor Morales. "Llevó los sifones para la parte izquierda y los amontonó como si fueran espaguetis."

Morales se refiere a los diez tubos negros con 25 centímetros de diámetro que extraen agua del medio de la laguna y la descarga en la cabecera del riacho Cojup. El conjunto ofrece un refuerzo para la tubería de descarga bajo el dique de 7 metros construido luego del terremoto de 1970. Porque solo no posee la capacidad para mantener el agua en el nivel de seguridad en época de lluvia y deshielo acelerado, de setiembre a mayo.

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Se trata de un sistema provisorio e insuficiente, afirma el ingeniero Luis Alberto Beltrán Flores, quien es consultor del gobierno regional de Ancash para el proyecto de obras de seguridad en Palcacocha y otras 22 lagunas glaciares.

La meta es reducir el nivel de Palcacocha todavía más. Para alejar un peligro mayor, se tendría que construir un dique con el triple de altura (20 metros) reforzado con concreto.

Por ahora, apenas fueron hechos los términos de referencia para la licitación. Falta la aprobación de un presupuesto del gobierno nacional para contratar una empresa que detalle el proyecto ejecutivo de ingeniería.

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Al lado de Beltrán en la montaña, Mirtha Cervantes, secretaria de Medio Ambiente y Recursos Naturales del gobierno de Ancash, aclara que ya se inició la implementación de un sistema de alerta temprana a la población.

El dispositivo involucrará el uso de sensores, señales sonoras y ejercicios de evacuación de la zona de riesgo, en un plazo corto de 40 minutos entre un "evento" en Palcacocha y la devastación de Huaraz. Por ahora, todo están en las manos –o en los ojos y oídos– del guardián Víctor Morales.

Después de enviar su informe por radio, el vigía de Palcacocha sirve tazas de arroz con leche a los visitantes afectados por el impacto de la altura. Son las 10 de la mañana y, a lo lejos, comienza el ronquido diario de pequeñas avalanchas en Palcaraju y Pucaranra causadas por la elevación de la temperatura.

Ninguna alcanza a la laguna.

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El guía de montaña y agricultor Saúl Luciano Lliuya, de 37 años, habla bajo y de modo pausado. Durante la entrevista, lleva la mirada para todos lados como buscando las palabras correctas en español (hasta los seis años sólo hablaba en quechua en su casa).

Su contención contrasta con la imagen de campesino intrépido, que conduce a turistas en seguridad por las paredes de hielo en la Cordillera Blanca y también se aventura a denunciar a una potencia empresarial en tierras alemanas.

El amor por la montaña venció a la timidez, es su propia explicación. El siente a la montaña correr por sus venas como el agua del deshielo corre por las quebradas.

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El padre era cargador de escaladas. De niño, Luciano se fascinaba con los equipamientos y las fotografías. "Crecí en este ambiente. A los 8 años ya caminaba por ahí, en [una altitud de] 4.500, 4.800 metros", recuerda.

Los tres años de curso para liderar grupos de turistas son un recurso común de las nuevas generaciones para aumentar los ingresos en los meses secos, de junio a agosto. El resto del año, Luciano planta y cosecha patata, quinoa, trigo y cebada en la propiedad que la familia posee en Llupa, un pueblo ubicado a 15 minutos en automóvil del centro de Huaraz.

En el garaje de la casa de adobe con dos pisos, el guía tiene una Toyota –station wagon, como se dice en la zona– que usa para ir a la ciudad por la noche, para tomar clases de inglés, o ofrecer servicios de taxi informal. A veces duerme en su segunda casa, que está terminando de construir en Nueva Florida, barrio incluido en el cono de riesgo de Palcacocha.

"Cuando comencé a salir como guía, en 2002, vi que todo aquello era muy hermoso. Con el correr de los años en la montaña, encontraba [a los glaciares] cada vez más pequeños", cuenta.

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Ya había oído hablar sobre el calentamiento global en la escuela. Investigando sobre el descongelamiento, las lagunas y los aluviones, descubrió que había una relación con el cambio climático: "Todo eso era causado por la contaminación, por las industrias, toda una cadena".

"Esto te afecta, estás perdiendo algo. Además de eso, sabíamos que Palcacocha era una laguna que estaba en riesgo, creciendo. Me preguntaba lo que debía hacer. ¿Qué pasará cuándo no haya montañas ni suficiente agua?".

El contínuo derretimiento de los glaciares no crea apenas el riesgo emergencial de colapso de las lagunas glaciales. También amenaza el futuro del Perú, que se quedará sin agua para generar electricidad y abastecer a la población, un tercio de la cual vive en la capital, Lima, y que casi exclusivamente depende del deshielo para dar de beber a sus habitantes.

Em 2014, cuando se realizó en Lima la 20ª Conferencia Internacional sobre cambio climático, Luciano conoció a José Valdivia Roca, de la ONG Wayintsik ("nuestra casa", en quechua). Valdivia le presentó a Noah Walker-Crawford, joven antropólogo de familia estadounidense nacido en Alemania, que trabajaba en la ONG Germanwatch.

De las tantas conversaciones sobre cómo reaccionar frente a la destrucción de la Cordillera Blanca, surgió la idea de responsabilizar a los causantes del cambio climático. RWE fue la elegida por ser la mayor emisora de gases de efecto invernadero en Europa y porque Germanwatch podría conseguir asesoramiento jurídico en Alemania, sede de la empresa de energía.

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Luciano dice que, en Perú, es muy peligroso enfrentar una compañía en la justicia, por ejemplo una gran empresa minera. "Denunciar a una empresa allí [en Alemania] me obligó a pensar. Pensé por un tiempo, unos dos meses y decidí que sí, que no había otra opción". Las acciones comenzaron en 2015.

Por el juicio, el guía agricultor necesitó ir tres veces a Alemania, lo cual le garantizó algunas miradas desconfiadas en su pueblo y en la ciudad. Hay gente que cree que Luciano recibe dinero para promover el juicio, si bien los 17 mil euros de la causa, en caso de vencer, se destinen a los gobiernos local y regional.

En contra de lo esperado, el juicio no se detuvo. Pese a ser rechazado en los tribunales de Essen, una apelación en la segunda instancia en Hamm llevó a la decisión de que el expediente era plausible para la ley alemana, aunque no se pronunció sobre el mérito.

RWE rechazó en aquel momento una oferta de acuerdo de Luciano aprobada por la corte. Con esto, el caso entró en una fase de producción de pruebas y convocatoria de especialistas, que puede durar varios meses. Hasta ahora, los costos del proceso que le corresponden a Luciano fueron cubiertos por donaciones que llegaron a un fondo creado específicamente para este fin.

Para Luciano, ya será una conquista significativa en caso de que un causador de cambio climático reconozca su responsabilidad. No se trata apenas de dinero, justifica, sino de lograr que los causadores contribuyan con su parte con medidas de seguridad o de adaptación frente al cambio climático.

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Los 160.000 km² de glaciares en los Andes peruanos entraron casi por azar en la vida del ingeniero civil César Portocarrero. Fueron, en tanto, capaces de convertirlo en uno de los glaciólogos más aclamados de su país.

Portocarrero trabajaba en las obras de seguridad de las lagunas de la región, después del terremoto de 1970, cuando fue nombrado para buscar, en el aeropuerto de Lima, al geólogo Lonnie Thompson, de la Universidad del Estado de Ohio, Estados Unidos. Debió también acompañar al especialista en tres meses de excavación de testigos de hielo (cilindros verticales) con los cuales Thompson ayudó a reconstruir el pasado del clima en la Tierra.

Cuando vio el interés del joven por el campo de investigación, Thompson lo instigó a estudiar glaciología y geomorfología en Alasca, después en Ohio y finalmente en la Universidad de Columbia, Nueva York.

Portocarrero se convertiría con el correr de los años en líder de la Unidad de Glaciología instalada en Huaraz por la Autoridad Nacional de Aguas del Perú (ANA). Allí se dedicó a monitorear el retroceso de los glaciares, en especial los que penden en forma amenazadora sobre las lagunas, con inclinación superior a 22 grados.

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En la década del setenta, relata, los glaciares retrocedían 7 o 8 metros por año en promedio. En los ochenta la cifra subió a 20 metros. En la década del 2000 fue a 25 metros. La disminución del espesor se calcula en 4 metros anuales. El derretimiento acelerado crea una paradoja: agua en demasía en el presente y escasez de recursos hídricos en el futuro.

Con más hielo derritiéndose, los lagos crecen en volumen y número. En el inventario de 2003 de la ANA, se contaron 830 en la Cordillera Blanca. Una década después eran 860. Pero sólo 23 de ellas, con Palcacocha a la delantera, presentan riesgo de diseminar aluviones trágicos contra la población de Ancash.

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Según Portocarrero, entre 10.000 y 14.000 personas podrían morir en un desastre como el de 1941. Incluso cuando se encuentre en funcionamiento el sistema de alerta temprana planificado por el gobierno regional, las muertes podrían llegar a 7.000.

"La Cordillera Blanca es la mayor que tenemos. Abastece de agua a uno de los proyectos [de irrigación] más importantes de Perú, Chavimochic, en el departamento de La Libertad", advierte. Tierras que hace 40 años eran áridas y ahora se llenan de verde con cultivos para la agroexportación.

La agricultura consume 89% de agua (en Perú), informa Portocarrero. De este 89%, se desperdicia el 65%. "Tenemos que comenzar a trabajar en el uso eficiente del agua, como parte de este proceso de adaptación al problema que nos trae el cambio climático".

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"Los glaciares son hijos del clima, crecen cuando hace frío y precipitaciones suficientes y disminuyen en las épocas calientes", afirma. Según lo que se conoce, en los últimos 800.000 años hubo 11 períodos de enfriamiento.

"El clima en la Tierra siempre fue cíclico, enfriamientos y calentamientos, calentamientos y enfriamientos. Ahora vivimos una época de calentamiento, entre enfriamientos, cuyo pico se dio hace 18.000 años".

Este "último verano" que estamos viviendo ahora tiene, en la visión del glaciólogo, una particularidad: "El hombre, en su afán de industria y desarrollo, está acelerando el calentamiento como nunca antes se ha visto". Y, así, vaciando el tanque de agua de Perú.

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Saúl Luciano Lliuya invita a los reporteros a almorzar. Estamos en el piso superior de la casa, que tiene dos ambientes: un amplio cuarto con techo bajo, con libros de los montañistas Jon Krakauer y Reinhold Messner conviviendo con cuerdas, botas y mosquetones, y una antecámara en que otros equipamientos de escalada se mezclan con centenas de espigas multicolor de maíz.

En el piso inferior, de tierra, la mujer, Lidia, prepara en la cocina a leña un guiso de quinoa con ají y patatas para acompañar al arroz. A excepción de este último, todos los ingredientes provienen de los campos de las inmediaciones, cultivados por los hombres de la aldea con la ayuda de bueyes para arar la tierra.

La bebida es una infusión liviana y azucarada, "agua de menta", planta que le corresponde a las mujeres plantar y vender en el mercado. En el fondo de la cocina, se escuchan sin parar los quejidos de los "cuyes" (conejillos de indias) comunes en los hogares quechuas, una delicia reservada para grandes fiestas de cumpleaños y casamiento.

Luciano cruzó el mundo para luchar contra el calentamiento global y se sorprendió con la calidad de vida europea. Como buena parte de los peruanos, sin embargo, todavía depende de los glaciares para llevar comida a la mesa.

"La montaña me da angustia. Vivimos debajo de ella, bebemos el agua que baja de la montaña. Como guías de turismo, trabajamos en la montaña, comemos y sustentamos a nuestros hijos gracias a la montaña", dice.

"La montaña es todo para mí".

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