Um mundo de muros

Israel

Las barreras que nos separan

El muro de hormigón que zigzaguea el territorio palestino frenó hombres bomba, pero alejó el proyecto de paz

Conflicto ancestral

Una barrera construida para llevar seguridad aparta vidas y recuerdos

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Umm Judah, de 64 años, se olvidó de muchas cosas. Entre ellas, la palabra que le dio forma a los últimos años de su vida: "muro".

La profesora palestina, que está jubilada, vive en las afueras de Belén, frente a una barrera de hormigón de ocho metros de altura.

Esa es la vista frente a su puerta, que la separa de la tierra que cultivó durante décadas, así como de los recuerdos de sus hijos iluminados por los faroles, satisfechos con los higos que acababan de recoger.

"Es como una venda", dice a Folha. "Es como si nos arrancaran los ojos".

Durante la entrevista, la profesora tuvo que señalar con el dedo la construcción en más de una ocasión por no recordar cómo llamarla, incluso en su árabe natal.

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El muro que está frente a su casa es un tramo de la barrera de 764 kilómetros que Israel está levantando desde 2002 para separarse de los territorios palestinos de Cisjordania, donde están las ciudades de Belén y Ramallah. La mayor parte del muro es de alambre y el hormigón sólo fue usado para las áreas urbanas. Faltan construir los últimos 194 kilómetros.

La barrera tiene un impacto brutal en la vida de personas como Umm Judah. Pero israelíes con diferentes orientaciones políticas coincidieron, por otro lado, que existía una necesidad urgente de levantar un muro.

Los recuerdos de la Segunda Intifada todavía están frescos. Cerca de 3000 palestinos y 1000 israelíes murieron entre 2000 y 2005, durante el levantamiento palestino contra la ocupación israelí. Mientras los palestinos enviaban a sus hombres bomba, Israel respondía con tanques.

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El israelí Ury Vainsecher, de 71 años, lo recuerda bien. Ya vivía en Kfar Saba, una ciudad que está a un kilómetro del muro, en el camino hacia la ciudad palestina de Qalqilya.

"Cuando mis hijos eran más jóvenes, los llevaba a todas partes en auto. Tenía miedo de que tomaran el ómnibus", dice. "Entre yo ser víctima de una explosión o ver a una mujer palestina rodeada de un muro, prefiero la última opción".

Vainsecher perdió a un amigo en un atentado. El hijo de un vecino murió en otro ataque, lo mismo que un conocido que estaba en una pizzería de Jerusalén, que fue atacada por terroristas.

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El tramo de la barrera que está frente a la casa de Umm Judah fue construido recientemente.

Un año atrás, la palestina caminaba dos o tres minutos hasta su huerta, donde pasaba el día bajo los olivos, enrollando hojas de uva. Ahora, tiene que conducir durante 40 minutos para poder llegar del otro lado.

"Pero el muro ayudó a los israelíes. Están tranquilos".

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La fricción causada por el muro en la vida de los palestinos como Umm Judah interrumpe la posibilidad de que haya paz entre los dos pueblos en el corto plazo.

El proyecto fue criticado desde su concepción por figuras como Yossi Beilin, uno de los arquitectos de los Acuerdos de Oslo (negociaciones de 1993 que determinaron la división de Cisjordania en diferentes áreas de control).

Si esas negociaciones no hubieran sido interrumpidas por el asesinato del primer ministro israelí Yitzhak Rabin, a manos de un ultranacionalista en 1995, tales acuerdos podrían haberle puesto un punto final al conflicto.

"Era claro que los palestinos iban a ser humillados por la construcción del muro", dice Beilin, en Tel Aviv.

"Pero no fue hecho con maldad y hubo esfuerzos para que ellos no sufrieran, pese a que no hayan sido suficientes", afirma, citando una serie de apelaciones hechas a las cortes de Israel, seis de las cuales tuvieron éxito, para cambiar el diseño de la barrera.

"Los muros -dice Beilin- no son fotogénicos".

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"Son muy difíciles de explicar. La barrera se transformó en un símbolo de cómo colocamos a los palestinos en una prisión. Es la vida de ellos, y ellos se preguntan por qué tienen que pagar ese precio". No sólo por haber sido separados de la tierra que cultivaban, sino también porque su libertad de movimiento fue reducida drásticamente.

Folha acompañó el viaje de trabajadores palestinos rumbo a Israel en dos puestos de control militar, en Belén y Ramallah.

A las 5 de la mañana, la fila de personas rebasaba los pasillos metálicos que recuerdan a un corral, mientras las ratas corren por los pisos sucios. Ansiosos, algunos trabajadores subían las vallas y formaban una fila paralela en las alturas, como equilibristas distópicos.

Este ritual es algo cotidiano para miles de personas. "Hicimos terrible la vida de muchos palestinos", afirma Beilin. "Pero pudimos reducir el número de muertes, entonces es difícil decir que eso haya sido equivocado".

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Desde el punto de vista legal, no es un error que un país levante muros a lo largo de sus fronteras.

Pero la división entre Israel y los territorios palestinos no es una frontera convencional porque, después de todo, no existe un Estado palestino. La frontera acostumbra ser llamada Línea Verde, que marca las fronteras anteriores a 1967, año de la Guerra de los Seis Días, cuando Israel ocupó Cisjordania.

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De ahí viene una de las complicaciones de esta historia, vivida a diario por Umm Judah: de cada 6,5 kilómetros de la barrera, 5,5 kilómetros fueron construidos dentro de Cisjordania y, por lo tanto, fuera de la frontera. En algunos trechos, el muro está a 18 kilómetros de distancia del lugar donde teóricamente tendría que estar.

Un teniente coronel del ejército israelí, que prefirió mantener su nombre en el anonimato, explica que el trayecto fue adaptado a las necesidades de seguridad. En algunas ocasiones, era necesario que el muro pasara por arriba de una colina y no por abajo, por ejemplo.

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"Nuestra experiencia en los tribunales es siempre la misma", afirma la abogada palestina Dalia Qumsiyeh, que representa a Umm Judah.

"El gobierno israelí usa la palabra mágica 'seguridad' y así aprueba sus proyectos", dice. "Pero, antes de hablar de seguridad, piensen en la señora que no consigue entrar en su tierra".

O en el palestino Hani Amer, de 60 años, que vive en la región noroeste de Cisjordania, sobre la línea donde el gobierno de Israel hubiera querido construir el muro.

El hombre se negó a dejar su casa, que fue finalmente rodeada por la barrera, y su terreno de 1000 metros cuadrados terminó siendo cercado por hormigón, alambre de púas y cercas de seguridad.

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A pocos pasos de allí está el asentamiento israelí de Elkana, razón para las preocupaciones.

"Me dijeron que o salía de aquí o que iba a quedar aislado. Decidí quedarme porque, a pesar de todas las dificultades, esta es mi casa", dice sentado en una hamaca en su jardín. Enfrente está el muro.

Durante algún tiempo, Amer tenía que pedirle a los soldados israelíes que abrieran el portón de su casa cada vez que quería salir.

"Recibir gente era una pesadilla. Un castigo colectivo". Con la presión de organizaciones humanitarias, el agricultor obtuvo una pequeña victoria: recibió la llave de una puertita dentro del muro, que usa actualmente para salir de su casa.

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Cuando Amer recibió al equipo de Folha en su casa, se agachó detrás de un auto para que la policía israelí no lo viera: tiene miedo de ser castigado por recibir a la prensa y hablar de su vida. Podrían, por ejemplo, quitarle la llave de la pequeña puerta.

"Tuve tantos problemas que no puedo recordarlos a todos", dice, antes de enumerar algunos.

Por ejemplo, cuando su hijo tenía tres años, se arrastró bajo la cerca, pero su esposa no tenía permiso para cruzar la barrera y poder buscarlo. El niño fue encontrado del otro lado y llevado de vuelta a casa.

"Fui hasta los soldados y les dije: 'Ustedes no son humanos. Ustedes vieron a mi hijo y no hicieron nada'".

Cuando se le recordó que Israel levantó el muro para garantizar la seguridad de su país, Amer dijo que "lo que garantiza la seguridad es la justicia". "Cuando uno trata a dos hermanos de manera diferente, no hay seguridad. Así que imagine lo que sucede entre dos pueblos".

En diversas regiones del país, la barrera rompió el contacto, aunque limitado, entre palestinos e israelíes.

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Amer vive cerca de Qalqilya, donde los israelíes solían hacer compras antes de la Segunda Intifada.

El lugar también está cerca de Tzur Yigal, donde vive el uruguayo-israelí Eran Landau, de 64 años. "Mi hogar fue construido por una familia palestina", dice. "Tengo amigos del otro lado, a pesar de haber luchado contra ellos", afirma.

"El muro nos inquieta, pero o bien uno protege a su familia, o no lo hace. Quiero vivir bien y quiero que mi hija viva bien. Si ella puede ir a una discoteca sin correr riesgos, no me importa lo que digan".

Landau es miembro del grupo de trabajo voluntario para la seguridad de Tzur Yigal, y guarda armas, un casco y una máscara de gas dentro de una sala a prueba de explosiones. "Cuando viajo, llevo conmigo un fusil de asalto M16. Podrían atacarme en cualquier momento con un cóctel molotov".

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El flamante alcalde de Belén, Anton Salman, no está de acuerdo con la evaluación. "No creo que sea una cuestión de seguridad. Es confiscación de la tierra", dijo, frente al muro que divide su ciudad. El alcalde perdió parte de sus propiedades, que quedaron del otro lado de la barrera.

Los desvíos respecto de la Línea Verde comieron un 9,4% de Cisjordania, un proceso que está siendo supervisado por el israelí Dror Ekes, director de la ONG Kerem Navot. "Fiscalizamos cómo Israel toma tierras en Cisjordania para dárselas a los colonos israelíes", dice. Los colonos son israelíes que viven en Cisjordania.

"El muro fue construido para permitir que los asentamientos crecieran. Hay una correlación entre la presencia de colonos y la barrera".

Según el ex soldado israelí Avner Gvaryahu, de 32 años, es necesario entender la barrera como parte de un sistema más amplio, que involucra el proyecto de los asentamientos. "El gobierno quiere minimizar el número de palestinos aquí".

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Gvaryahu dirige una organización llamada Breaking the Silence, que recopila testimonios de soldados israelíes sobre la violencia de la ocupación de Cisjordania. Él fue paracaidista y durante ese período recibía órdenes directas de los colonos.

"El objetivo del sistema es proteger a los israelíes, pero nadie protege a los palestinos", dice Gvaryahu. "Nunca habrá una sensación real de seguridad hasta que los palestinos sean tratados con respeto y dignidad".

Alrededor de los muros y las cercas, hay zonas tapón donde el acceso de los palestinos está restringido por razones de seguridad.

"En algunas áreas entre las barreras es posible ver cómo surgió una nueva vida silvestre", dijo Etkes, que señala unos ciervos que cruzan frente al vehículo en el que va Folha y se arrastran por debajo del alambre de púas rumbo a la tierra de la que ahora son, en la practica, dueños.

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Umm Judah tiene miedo de que lo mismo termine ocurriendo con su huerta, del otro lado del muro, si el ejército israelí decide que ella ya no puede más cruzar el puesto de control en la frontera. "Siento como si hubiera perdido a un miembro de mi familia. Se robaron mi felicidad", dice mientras llora.

Después, sube una calle del pueblo, que es lo suficientemente alta como para ver por arriba del muro. Ve su huerta, a la que no puede acceder, llena de damascos, duraznos, peras y romero, y lamenta: "Voy a morir aquí".

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