Um mundo de muros

Brasil

Las barreras que nos separan

Millones pasan delante de Villa Esperanza, con sus habitantes desocupados y cloacas a cielo abierto, pero, gracias a la empresa que gestiona la carretera de los Inmigrantes, no la ven

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A la vera de la carretera, la pobreza se esconde y el crimen prospera

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Dos veces por semana, la dentista Mariana Salgado, de 39 años, pasa con su auto frente al muro de hormigón que fue construido a la altura del kilómetro 58,5 de la carretera de los Inmigrantes, en Cubatão, São Paulo.

A medida que se acerca al lugar, se pone nerviosa, cree que alguien aparecerá de la nada, con un arma en la mano. "No tengo la menor idea de lo que hay detrás del muro", dice la dentista, que vive en Santos y atiende en São Paulo los martes y jueves. "Sólo sé que dos amigas fueron asaltadas ahí".

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Al igual que Mariana, cientos de miles de habitantes de clase media de São Paulo viajan hacia la costa por la carretera de los Inmigrantes y pagan un peaje de R$ 25,60 (US$ 8,20), sin tener idea de lo que hay detrás de este muro de tres metros de altura, 25 centímetros de espesor y un kilómetro de extensión, que fue construido por la empresa Ecovias en mayo de 2016.

El muro separa a los turistas de los cerca de 25.000 habitantes de Villa Esperanza, una favela donde el 12% de la población no tiene una fuente de ingresos, el 14% gana un salario mínimo y todos desechan sus residuos en el río que desemboca en las playas frecuentadas por los paulistas de clase media.

Sólo en ese tramo de un kilómetro, hubo siete robos en 2015, un robo y un asalto seguido de muerte en 2016 y otro robo y un intento de asalto en 2017, dice la policía rodoviaria.

Según Ecovias, el objetivo del muro es "mejorar las condiciones de seguridad pública de la carretera".

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Este tramo también recibió un refuerzo en la iluminación y se instalaron nuevas cámaras para uso de la policía. La favela está controlada por los narcotraficantes.

El muro tomó por sorpresa a los habitantes de Villa Esperanza. La construcción comenzó de un día para el otro. Nadie les avisó.

"Este muro es para proteger a los turistas, ¿no? Pero, ¿qué hay de nosotros? Era por ahí que nosotros pasábamos para vender cosas en la carretera", dice Luzia Gonçalves da Silva, de 54 años, oriunda del estado de Rio Grande do Norte. Para ella, el muro complicó todo.

Luzia vendía agua, refrescos y galletas en la carretera. Desde la ventana de la casa podía ver la ruta y, si estaba congestionada, festejaba.

Llenaba una heladerita de telgopor con la mercadería y la ponía sobre un carrito. Una vez, por el tránsito que se acumuló en la víspera de Año Nuevo, pasó toda la noche vendiendo.

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Pero Luiza tuvo que dejar de trabajar como vendedora ambulante. Por el muro, el camino hasta la carretera se hizo más largo, y ella no logra empujar su carrito en el barro. De todos modos, tampoco tiene tanta importancia abrirse camino hasta allí, porque el guardia de seguridad la obligará a volver sobre sus pasos.

Abrió entonces el Bar de la Sofrencia (neologismo que mezcla las palabras sofrimento -sufrimiento- y carencia -falta-), debajo del viaducto en el barrio, donde vende la medida de cachaza por R$ 2 (US$ 0,65) y la de coñac por R$ 2,50 (US$ 0,80). "Pero no hay mucho movimiento. ¿Quién va a comprar si nadie tiene trabajo y los borrachos sólo piden fiado?".

Luzia llegó desde el estado de Rio Grande do Norte a la ciudad de Cubatão cuando tenía 13 años, en el auge del "milagro económico" de la dictadura militar. En esa época, había muchas industrias que se instalaban en la ciudad. Fue a trabajar en la feria de Villa Parisi, una zona de bajos ingresos que se conoció más tarde como el corazón del Valle de la Muerte, después de que 37 bebés nacieron sin cerebro debido a los altos niveles de contaminación.

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Sebastião Ribeiro, conocido como "Zombi", bautizó la barrera de hormigón construida por Ecovias como el "muro de la vergüenza". "Cuando no saben qué hacer, construyen un muro y piensan que ya resolvieron el problema", dice.

"Son más de 20.000 vecinos que están pagando por lo que sólo unos pocos hicieron".

Villa Esperanza nació en 1972, cuando comenzó la construcción de la carretera de los Inmigrantes. Algunos de los trabajadores contratados para construir la carretera levantaron sus casas humildes o palafitos en el manglar, área de protección ambiental.

Zombi llegó desde el estado de Maranhão en 1980 y se instaló en una choza con su madre y seis hermanos. Durante la década de 1990, con la crisis económica, la población de la favela se disparó porque muchas personas en el polo industrial perdieron sus empleos y terminaron viviendo en esta zona.

El hombre, que hoy tiene 47 años, creció vendiendo con su madre agua mineral y dulces de coco en la carretera de los Inmigrantes. Se recibió de abogado a los 44 años y hoy es el principal líder comunitario de Villa Esperanza, además de ser secretario de asistencia social de Cubatão.

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Fundó una ONG que intercambia materiales para recliclar por una moneda denominada "mangue" (manglar), que puede ser usada en la pequeña tienda de la organización y en establecimientos locales.

Según Zombi, la comunidad también tiene su propio muro del orgullo, que fue construido por la empresa ALL Logística (actualmente llamada Rumo) para separar la favela de las vías férreas, para evitar accidentes.

Cuando la extensión del ferrocarril dobló su tamaño, Rumo se comprometió a realizar algunas medidas compensatorias para conseguir la licencia ambiental. La empresa pavimentó la vía principal, construyó puentes peatonales, reformó las instalaciones de la ONG y equipó una sala de informática con 18 computadoras.

El muro de 3,5 kilómetros está siendo, de a poco, adornado con grafitis de residentes de la Villa Esperanza, quienes están aprendiendo este arte del grafitero Tuim, de una favela cercana.

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"Cualquier obra crea trastornos para la población, por eso nos aproximamos a la comunidad e identificamos proyectos existentes para mitigar los impactos de la duplicación de las vías férreas", dice Silva Mari Azuma, coordinadora de licenciamiento ambiental de la empresa logística Rumo.

Ecovias dice que su responsabilidad se limita a la ampliación, conservación, mantenimiento y operación de las carreteras. "Asuntos relativos a la comunidad son de responsabilidad del poder público", afirma la compañía.

De hecho, según ARTESP, la agencia estatal de regulación de transporte del estado, la construcción del muro no exigía una licencia ambiental, por lo tanto no hubo medidas de compensación.

Pero eso no satisface a los críticos. "En pleno siglo XXI, construyeron un muro de apartheid para aislar a los pobres", dice el alcalde de Cubatão, Ademário Oliveira.

"Debieron haber invertido ese dinero en vivienda, agua y saneamiento para la comunidad". Ecovias gastó R$ 14,4 millones (US$ 4,6 millones) en la construcción del muro y demás medidas de seguridad.

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Para la inmensa mayoría de la población que no tiene ninguna esperanza de salir de la favela, el muro no hace diferencia.

"No tengo nada que decir sobre ese muro, me da lo mismo", dice Carlos Alexandre Vieira de Lima, de 23 años, conocido como "Xambito".

A las tres de la tarde de un lunes, el pequeño campo de fútbol bajo el viaducto de Villa Esperanza está lleno de jóvenes descalzos que disputan el clásico enfrentamiento de los equipos Dois Poste contra Santa Cruz.

Nadie tiene trabajo. Xambito es uno de ellos.

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"Solía tener trabajo de albañil, R$ 60 (US$ 20) por día, más la comida; en la feria eran R$ 50 (US$ 16) el sábado, otros R$ 50 el domingo y traía algunas verduras. Ahora no hay nada".

La madre de Xambito es adicta al crack. Estuvo tres años detenida después de que intentó asesinar a su marido alcohólico colocando veneno de la rata en el café. La hermana de Xambito también es adicta al crack y trabaja como prostituta.

Su padre mató a un hombre, está preso, y no ve a Xambito desde hace más de 15 años.

"Mi madre nunca trabajó; crack, alcohol y cocaína destruyeron su vida. Cuando hablo con ella ya no derramo una lágrima, está en las manos de Dios", dice. "Si usted viera, la piel de mi madre está mitad blanca, mitad negra, algo sucedió, mi madre está muy fea, el crack destruye a las personas".

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Xambito necesita pagar la cuota alimentaria de su hijo de tres años, pero no quiere volver a la "vida equivocada", como dice.

"Tenía unos 16 años cuando me metí en la vida loca. Cuando conseguía un trabajo, salía, pero cuando necesitaba dinero, entonces volvía a la vida equivocada", cuenta.

"Esa vida equivocada, de venta de drogas, sólo tiene dos salidas: la cárcel o la muerte; no quiero ninguna de las dos, quiero ver crecer a mi hijo, llevarlo a jugar al fútbol, a la escuela", dice Xambito, que camina por la favela con un parlante por el que escucha al cantante de country Felipe Araújo.

Está buscando un trabajo formal. Ya fue varias veces a los patios de las fábricas de Cubatão, pero dice que hay 10 puestos de trabajo para 500 personas. "Sólo seré llamado con la ayuda de Dios, hay mucha gente desempleada".

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En la favela, sólo el 24% de los residentes terminó la escuela secundaria. Xambito abandonó en quinto grado y ya intentó volver a la escuela varias veces. "Es necesario tener fuerza, porque después de dos o tres meses me canso; empiezo a fumar marihuana y termino volviendo a casa".

Fumar, jugar futbol y colgarse de la conexión Wi-Fi de la choza del vecino para entrar en WhatsApp y Facebook: ese es el día a día de Xambito y de la mayoría de sus amigos en Villa Esperanza. "Quiero cambiar mi vida, pero es realmente difícil".

También intentó con la religión. "Pasé dos, tres meses yendo a la iglesia, rezaba mucho, pero somos débiles, dejé de ir y terminé otra vez en cualquier cosa".

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Del lado pobre del muro, la oportunidad es algo raro.

"Nos levantamos y pensamos... y ahora, ¿cómo voy a conseguir dinero, voy a salir a robar? ¿Que voy a hacer? Pienso en eso, en robar, no puedo decir que no lo pienso. Pero sé que, si hago eso, puedo volver a casa, como puedo no volver".

Xambito dice que no quiere sucumbir a la vida equivocada. Pero que la tentación es grande. "En la vida equivocada, terminamos con un buen dinero".

El 27 de mayo de 2016, el estudiante Reinaldo Lima de Souza, de 17 años, murió a la altura del kilómetro 59 de la carretera de los Inmigrantes. Durante un intento de robo, fue golpeado en la cara por una piedra que rompió el parabrisas del auto en el que viajaba.

El muro de hormigón de tres metros de altura construido por Ecovias ya estaba ahí, aislando a Villa Esperanza.

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