Después de pisar un felpudo pegajoso, que parece cinta adhesiva, y otro empapado, que “lava” las suelas de los zapatos, es necesario ponerse protectores en los pies, gorros para el pelo y llevar mascarilla, peto y guantes. La rutina que se asemeja a los equipos de protección personal de los profesionales sanitarios durante la pandemia de la Covid-19 es en realidad parte del protocolo de control de calidad farmacéutica creado en Israel para su creciente industria de marihuana medicinal, y el seguido por Folha durante la visita a Cannasure Therapeutics.
Como nueva apuesta de un grupo industrial líder en extracción de aceite de soja, la empresa cultiva flores de cannabis a partir de las cuales fabrica cinco tipos de aceite para diferentes aplicaciones, además de desarrollar productos ginecológicos a base de marihuana.
Israel inauguró la historia moderna del consumo terapéutico del cannabis a partir de descubrimientos científicos que llevaron a la comprensión de la marihuana y sus efectos, incluso en la década de 1960, cuando la planta era ilegal en casi todo el planeta.
La vanguardia científica aliada a la tradicional innovación de la agricultura intensiva y el perfil de “alta tecnología” de la economía han convertido al país en un exponente en investigación y desarrollo de la marihuana medicinal.
Hoy, Israel alberga alrededor de 100 startups de cannabis, asociaciones entre universidades e industrias, y programas para atraer capital extranjero al sector, que se sometió a un proceso de medicalización en 2016, en el que el gobierno reguló la marihuana medicinal siguiendo los parámetros de los productos farmacéuticos convencionales.
Del análisis de la consultora Arcview, especializada en cannabis, se desprende que el comercio mundial de marihuana medicinal creció más de un 45% entre 2018 y 2019, cuando llegó a los US$ 14.900 millones, valor que, según el estudio, debería casi triplicar en cuatro años.
Aún así, es inusual cubrirse de la cabeza a los pies para acceder a entornos controlados donde las máquinas rellenan cigarrillos con marihuana.
Parte de esta sensación de extrañeza se debe a décadas de criminalización de la marihuana, que impregnaron de peligro y marginalidad las plantas de Cannabis sativa, Cannabis indica y Cannabis ruderalis y sus efectos.
La otra parte se disipa durante la visita de Folha a las demás instalaciones de las fábricas israelíes. En ellas, las flores de cannabis se seleccionan, podan, trituran y disuelven para extraer aceites destinados a la elaboración de comprimidos, gotas, supositorios, cremas e inhaladores que contienen principios activos derivados de la planta.
El modelo de medicalización del cannabis creado por el gobierno israelí a partir de 2016 impuso una arquitectura reguladora detallada sobre el cultivo y la fabricación de la planta, con el fin de dar como resultado productos de alta calidad, en parte destinados a la exportación autorizada por el gobierno en 2019.
El Estado ha simplificado la burocracia para la aprobación de estudios y pruebas clínicas, abreviándolos, además de subsidiar parte de los proyectos de innovación del sector, divididos entre soluciones para cultivo y consumo. La política colocó a las empresas israelíes en la cima de la pirámide de titulares de patentes relacionadas con la marihuana medicinal.
“Para una empresa israelí, la única opción es innovar”, dice Ran Amir, presidente de Cannasure. “No tenemos espacio para cultivos extensivos y, si lo tuviéramos, sería muy costoso. Por lo tanto, la industria tiene que ganar mercado basándose en la calidad y la tecnología”.
La piedra angular de la nueva industria fue instalada allí hace casi 50 años por el químico búlgaro Raphael Mechoulam. Tenía curiosidad por las propiedades y mecanismos de la planta que se convertiría en un símbolo de la contracultura a partir del uso recreativo por parte de jóvenes de clase media de diversas partes del planeta.
A diferencia de otras sustancias psicoactivas, como la heroína y la cocaína, cuyos componentes ya habían sido identificados, la marihuana aún era desconocida desde el punto de vista bioquímico, a pesar de las evidencias antiguas sobre consumo terapéutico.
Prohibida internacionalmente desde 1937 y responsable de la mayoría de los arrestos por violaciones de las leyes nacionales sobre drogas hasta la fecha, la marihuana era una fuente de miedo y desinformación. Mechoulam utilizó los contactos de un colega en la policía para obtener la materia prima para su investigación.
Solo después de tomar un autobús con 5 kg de hachís (resina de cannabis) en la mochila, entre la comisaría y su laboratorio, el científico dice que se dio cuenta de que algo andaba mal.
“Estrictamente hablando, violé la ley, y también la policía, porque necesitábamos la aprobación del Ministerio de Salud para hacerlo”, recuerda Mechoulam, un hombre bajito y de buen humor que, a los 89 años, cinco veces a la semana recorre velozmente el edificio de la facultad de química de la Universidad Hebrea de Jerusalén, donde enseña desde 1966.
“Tuve suerte porque el Ministerio de Salud, tras ser consultado, opinó que no pasaba nada. En esta rama de la investigación científica, siempre es bueno tener gobiernos que no sean demasiado restrictivos, y que sepan cuándo decir sí y cuándo decir no. No se puede investigar con la policía en la puerta de tu laboratorio”, dice, en el despacho contiguo al laboratorio, rodeado de libros sobre marihuana y química orgánica.
Entre 1963 y 1964, Mechoulam identificó las moléculas de cannabidiol (CBD) y tetrahidrocannabinol (THC), dos de los principales componentes activos de la planta, también conocidos como cannabinoides. Hoy en día, la mayoría de las drogas derivadas de la marihuana se basa en estos dos componentes.
“El cannabis era visto como una droga maldita y nadie lo estudió”, dice Mechoulam, a quien la Agencia Nacional de Salud de Estados Unidos le negó su primera solicitud de financiamiento científico. “Dijeron que no veían sentido investigar algo que se consumía sólo en México. Y yo sostenía que mucha gente consumía cannabis en Estados Unidos”. Más tarde, la agencia revocaría su decisión y pasaría 45 años patrocinando la investigación de la marihuana de Mechoulam.
Cita el estudio realizado en colaboración con el médico brasileño Elisaldo Carlini, de la Universidad Federal de São Paulo (Unifesp), publicado en la década de 1980, que señaló una mejora constante de pacientes con epilepsia tratados con CBD. “En el artículo, sugerimos que el hallazgo se convierta en un fármaco, un proceso que requiere pruebas clínicas que son demasiado caras para académicos como nosotros”, explica el químico.
“Lamento informar que no ha sucedido absolutamente nada en 35 años”, lamenta. El cambio provino del movimiento de padres de niños con epilepsia severa en EE UU, que habían descubierto el estudio, obtuvieron CBD y encontraron sus beneficios.
Fue su presión lo que provocó la autorización del gobierno para los ensayos clínicos, lo que llevó a la aprobación de un medicamento a base de marihuana.
“Esto podría haberse hecho hace 35 años, salvando la vida de muchos niños de la ruina de vivir con crisis graves y constantes. Pero no pasó nada porque los gobiernos y la industria no tenían la mente abierta. Una lástima”.
Hoy, poco más de 30 países han legalizado el consumo terapéutico del cannabis, pero solo unos pocos, como Canadá y Israel, han regulado el cultivo con fines medicinales, la fabricación de fármacos e investigaciones, que también se llevan a cabo en parte de Estados Unidos.
“El desafío del cannabis para la industria se debe a su trayectoria inversa a la de otros medicamentos, que surgen del ‘establishment’ para los pacientes, y no debido a la presión de los pacientes contra el ‘establishment’", dice Tamir Gedo, presidente de Breath of Life Pharma (BOL), la operación que integra cultivo y producción de medicamentos derivados de la marihuana más importante de Israel.
El ejecutivo ha hecho carrera en la compañía farmacéutica Teva, fabricante de parte de los icónicos opioides de la epidemia de adicción y sobredosis en Estados Unidos, y dice que la ingeniería inversa a la incursión de la marihuana en líneas de producción a gran escala no tiene precedentes en la historia de la industria.
“Esta misma presión de los pacientes ha afectado a varios países. El problema es que el cannabis es tratado como una droga ilegal al mismo tiempo que es un hecho consolidado en algunos mercados”, dice Gedo, que cuenta con 2.000 empleados, 50.000 árboles de marihuana y una fábrica de 6.000 m² en un kibutz cerca de Tel Aviv.
Para él, los gobiernos han descuidado el tema “hasta que ya no han podido más. Y ahora necesitan encontrar nuevas soluciones que superen el sentido común en lo relacionado con el cannabis”.
En la década de 1990, los pacientes que se sentían beneficiados por el consumo de cannabis presentaron demandas contra el gobierno israelí por el derecho al uso terapéutico y se les permitió retirar cantidades de marihuana directamente en la policía, como lo hizo Mechoulam cuando llevó a cabo su investigación pionera.
Hagit Yagoda, de 57 años, era un paciente que realizaba la peregrinación periódica a la comisaría. Diagnosticada con linfoma de Hodgkin mientras estaba en el ejército, se sometió a tratamientos convencionales antes de recibir terapia experimental en el hospital más grande del país, el Centro Médico Sheba en Tel Aviv.
“Luchaba por sobrevivir. Me había sometido a quimioterapia, radioterapia, a un trasplante de médula ósea y los efectos secundarios fueron terribles. Fue entonces cuando empezaron a suministrarme THC sintético con el suero”, dice.“Pero me dio alergia. Le sugerí al médico consumir THC fumando cigarrillos de cannabis y estuvo de acuerdo. Yo y otros diez pacientes empezamos a fumar en el hospital y luego en casa”.
Algunos pacientes reclamaron posteriormente su derecho al autocultivo, para lo cual obtuvieron licencias específicas, lo que propició la aparición de fincas de marihuana, inicialmente sin ánimo de lucro, pero que poco a poco evolucionaron hacia un modelo de atención directa a pacientes.
“Se montó un lío. Y el Ministerio de Salud nombró a un comité para estudiar el caso, que descubrió un dispositivo en la Convención Única de Estupefacientes de 1961 que permitía el cultivo y producción de cannabis con fines medicinales siempre que fueran supervisados por una agencia reguladora nacional”, dice. Yuval Landchaft, director de la Agencia Israelí de Marihuana Medicinal (IMCA), creada en 2011.
Ubicado en la cartera de Salud durante el mando del ultraortodoxo Yaakov Litzman, IMCA está presidido por un consejo compuesto por los ministerios de Justicia, Agricultura, Seguridad Pública, Finanzas y Economía, además de la policía y la agencia tributaria.
“Antes, había poca investigación porque no existía una regulación para ello. Actualmente, sabemos mucho más sobre el cannabis”, explica Landschaft. Entre los conocimientos más avanzados en este campo se encuentra el llamado “efecto comitiva”, es decir, el descubrimiento de que, además de los cannabinoides, la marihuana contiene flavonoides y terpenos que parecen interferir entre sí, alterando sus efectos en el organismo.
“La combinación correcta de flavonoides y terpenos en determinadas proporciones potencia los efectos de los cannabinoides”, explica el químico Ari Eyal, profesor retirado de la Universidad Hebrea y director científico de Bazelet, una empresa de marihuana medicinal creada hace cinco años. “Pero el conocimiento sobre la composición correcta de cada compuesto para cada tipo de enfermedad puede llevar muchos años”, predice.
Hinanit Koltai, especialista en biotecnología e investigador principal del Volcani Center, el principal centro de desarrollo agrícola del estado, se ha dedicado a estudios sobre el efecto comitiva y el desarrollo de fármacos.
El Centro Volcani opera en diferentes frentes de investigación relacionados con el cultivo. Propietario de un banco de semillas genéticas dedicado a la investigación y el desarrollo, el centro ha ido determinando qué parámetros de luz, agua y nutrientes promueven la presencia de cada componente de la planta, además de probar, en colaboración con la industria, los efectos de las diversas combinaciones de moléculas en tejidos humanos artificiales.
“Hemos desarrollado supositorios para enfermedades inflamatorias del tracto intestinal, con resultados muy alentadores, y también compuestos para el cáncer de piel que han demostrado ser especialmente activos contra las células malignas”, explica.
“En los últimos seis años, hemos logrado grandes avances”, dice el científico. “Desde entonces, hemos investigado tanto y descubierto tanto que me arriesgaría a decir que el consumo terapéutico de la marihuana es un consenso en Israel, incluso entre los médicos”, dice.
Hace seis años, la psicóloga Melody Dekel fue amenazada por médicos cuando preguntó sobre los compuestos a base de CBD para su hijo Daniel, entonces de seis años y diagnosticado con autismo dos años antes. Antes, había sido tratado con anfetaminas, antidepresivos y otros medicamentos.
“Las respuestas no solo fueron insatisfactorias, sino que también provocaron regresiones y efectos psicóticos”, explica y añade que llegó al límite cuando un médico sugirió que el niño ingresara en una clínica psiquiátrica.
“Comencé a buscar información y descubrí un video de la madre de un niño autista que dijo que había tenido buenos resultados con el CBD. Me tomó años encontrar a un médico que aceptara experimentar”, dice.
“Con el aceite, Daniel se volvió menos agresivo, dejó de lastimarse y empezó a hacer algo muy simple, pero que antes parecía imposible: sentarse y relajarse un poco”, dice Melody, que dejó el trabajo y la maestría para convertirse en activista.
“Lo trágico es que justo cuando parecía que habíamos encontrado el aceite que mejor funcionaba, el gobierno lanzó, de la nada, una mega-reforma que cerró las fincas y nos mandó a las farmacias. Y perdimos al proveedor de siempre”, se enfurece. “El niño ha vuelto a empeorar y todavía estamos en esta situación”.
Melody se refiere a la medicalización de la producción de cannabis para tratamientos, realizado por el gobierno a partir del IMCA en 2016.
El proceso ha eliminado las clínicas especializadas en el uso terapéutico de la marihuana y las ha reemplazado por cursos de formación para médicos. También ha establecido la venta en farmacias, y no de productores, y alteró los nombres de cepas, como Viuda Negra o Nascer de Luna, por la denominación de las composiciones.
Además, IMCA creó reglas que van desde las buenas prácticas de cultivo y fabricación (que incluyen el protocolo de aislamiento biológico descrito al comienzo del texto), hasta las buenas prácticas médicas. El cambio también creó un sistema electrónico de recetas y ventas, para evitar pedidos duplicados y el fomento de las investigaciones.
Fue debido a los costos de implementación de las nuevas normas que el precio del cannabis en Israel se duplicó pasando de 3,50 a 7 dólares el gramo.
“Sabemos que algunos pacientes están, de hecho, buscando un consumo recreativo. Reconozco que sería más fácil si se legalizara la producción con fines recreativos, porque entonces podríamos centrarnos en lo que importa sin preocuparnos de la seguridad y la justicia”, dice el director de la IMCA.
Desde 2017, se ha despenalizado la tenencia para consumo personal y el gobierno ha mostrado su intención de legalizar el consumo recreativo.
El reglamento, dividido en cinco libros como la Torá, el libro sagrado del judaísmo, ha sido traducido. La idea es que cuantos más países adopten reglas similares, más fácil será hacer negocios.
“Somos un país pequeño, pero muy innovador, y muchos de los 26 productos de BOL se crearon a partir de investigaciones israelíes”, dice Gedo de BOL Pharma. “Hoy tratamos el cannabis como cualquier otro producto farmacéutico y la percepción está cambiando rápidamente”.