Ciudad del Cabo

La sequía y la herencia del apartheid crean pánico con grifos vacíos en el Día Cero

Crisis del Clima

La sequía y la herencia del apartheid causan pánico con grifos vacíos en el Día Cero

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En el primer domingo de mayo, una centena de habitantes de Ciudad del Cabo aguardaba en dos filas para llenar bidones de agua en la cervecería SAB. Aquella mañana soleada, personas de todos los colores parecían poco convencidas de que el fantasma del Día Cero había sido exorcizado definitivamente con la llegada de la estación de las lluvias.

La empresa instaló varios grifos en la fuente tradicional, ubicada en el barrio elegante de Newlands. Incluso con agua en casa, parecía como si todos quisieran mantenerse en forma para las medidas drásticas que el gobierno municipal decretaría en el Día Cero: el corte de provisión para los hogares, obligando a los 'capetonians' a buscar su ración diaria de 25 litros en uno de los 200 puntos distribuidos por el área metropolitana.

Esta situación límite, que frecuentó las pesadillas de la población durante los seis meses anteriores, había sido descartada por la alcaldía. Después de postergar reiteradamente la fecha de la ejecución de la política de grifos secos para mayo y luego para julio y agosto, el vicealcalde Ian Neilson declaró en el inicio de abril que el Armagedón hídrico no vendría antes de 2019.

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A esa altura, los vecinos ya habían perdido la confianza en la cantidad y la calidad del agua distribuida por el municipio. Y también en el gobierno, con la alcaldesa Patricia de Lille luchando en los tribunales contra su apartamiento bajo una tormenta de acusaciones por corrupción.

Sin contar con que el consumo individual sigue, aún hoy, limitado a 50 litros diarios por persona y que las cuentas de agua no paran de aumentar.

Patricia Kazaka, gerente de una empresa de comunicación, enfrenta sus 15 minutos de fila en el patio de la cervecería tomada de la mano con dos hijos pequeños mientras que el más grande ayuda con los cinco bidones de cinco litros cada uno. Ella realiza la peregrinación a la fuente todos los domingos después de ir a la iglesia, desde febrero, para garantizar agua de calidad para la familia.

"Hubo algunos casos de personas que tomaron agua de la canilla de su casa y se enfermaron", dice la gerente. La alcaldía publicó un comunicado diciendo que el agua era segura, pero anunció que también estaba realizando algunos tests, cuenta.

"Entonces esto nos asustó un poco, quizás deberíamos comenzar a comprar agua, pero cada botella cuesta un poco más de dinero y percibimos que podíamos conseguir nuestra agua en forma gratuita [en la fuente]".

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Su familia vive en una casa con jardín, al cual no puede regarlo más. La factura mensual, que era de entre 800 y 1.200 rands (entre 66 y 97 dólares), se duplicó.

"Creo que la campaña del Día Cero fue necesaria porque si no fuera por ella muchos de nosotros tal vez no nos hubiéramos comenzado a dar cuenta de cómo es importante ahorrar agua, enseñar a nuestros niños cuando apretar el botón del retrete".

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Varios metros detrás de ella, la antropóloga y profesora de yoga Kate Ferguson afirma que pretende continuar yendo hacia la fuente cuando las autoridades anuncien que las represas volvieron a estar llenas. Buscaba ella apenas 15 litros, pero dice que viene con frecuencia y tiene siempre recipientes vacíos en el automóvil para mantener altos su almacenamiento de agua confiable.

"Queremos sacarle presión al abastecimiento de la ciudad. Cuanto más personas vengan a buscar agua para beber y cocinar, mejor". Ferguson considera positivo la campaña del Día Cero. "De cierta manera, fue muy inteligente. Trajo conciencia sobre cómo el agua es un recurso escaso, especialmente aquí en el Cabo Occidental".

Por otro lado, cree que el agua es un derecho humano básico y se queja de que no hay mucha presión sobre sectores como la industria de la carne, que consume mucha agua. "La moralidad con la cual nuestros gobernantes enfrentan las cosas queda en evidencia. Ellos instalan miedo en la gente sobre un derecho básico de la ciudadanía".

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La región de la Ciudad del Cabo no llega a ser árida, pero tiene una distribución muy variada de lluvias en un radio de 100 kilómetros. Algunas partes del área metropolitana reciben menos de 400 milímetros anuales, comparable a las peores situaciones del semi-árido del nordeste brasileño, y en el verano dependen de las reservas guardadas en seis grandes represas.

Los reservorios reciben agua de las montañas en el este, donde la precipitación puede llegar a 2.000 mm anuales. Pero las lluvias orográficas (cuando el relieve fuerza a la condensación de la humedad) ocurren apenas en el invierno, más abundantes en julio y agosto.

De octubre a mayo se disemina la sequía típica del clima mediterráneo. Se trata de una excepción en Sudáfrica, lo que favoreció a la implementación de viñedos en el Cabo Occidental, como en las inmediaciones de Stellenbosch y Franschhoek, y también de árboles frutales, en particular manzanos y perales, que ahora están bajo amenaza.

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Hubo sequías severas en el pasado, separadas por intervalos de más o menos cuatro décadas, pero ninguna se compara a la de los últimos tres años. Según los cálculos del hidroclimatólogo Piotr Wolski, de la Universidad de la Ciudad del Cabo, un evento de este tipo se repetiría cada 300 años o más.

El especialista no está seguro de que la sequía sin precedentes sea fruto del impacto directo del cambio climático por el calentamiento global. Observa, Wolski, un "desvío fuerte" de las condiciones climáticas normales, que parece reforzar una tendencia de declive en la precipitación observada en los últimos 40 años.

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Cuando se consideran los datos de 100 años, sin embargo, ninguna tendencia clara puede ser identificada. "Los resultados no son robustos a esta altura. Quizás en un par de meses tengamos mejores resultados", prevé Wolski.

Su pálpito es que el cambio climático contribuyó para la sequía extrema, pero que la fuerza primaria sería la variable natural del clima en el Cabo Occidental. "Es un mensaje muy difícil de ofrecer, porque todo el mundo está mirando hacia Ciudad del Cabo, científicos del cilma y negacionistas del [cambio] del clima", lamenta.

En el inicio de 2017, cuando la sequía era evidente, científicos se reunieron para hacer una recomendación al gobierno municipal, pero no lograron llegar a una previsión segura para la estación lluviosa. Se limitaron a aconsejar una conducta conservadora, de aversión al riesgo.

En la incertidumbre, la alcaldía no hizo mucho. A fines del año pasado el estado frágil de los reservorios demostró que los científicos tenían razón en recomendar el máximo de prudencia. Fue cuando se comenzó a hablar en el Día Cero.

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En el verano de 2016/2017, el nivel de las represas caía a una tasa de 1,5% por semana. La alcaldía estableció el límite de 13,5% de reserva como gatillo para declarar el Día Cero y sus primeros cálculos indicaban que ese índice iba a caer en abril.

Una ciudad que consumía 1.200 millones de litros diarios (l/d) vio su alocación reducida a 480 millones l/d por el gobierno nacional. Con una campaña alarmista, un aumento de tarifas y la amenaza de grifos secos, se logró reducir el uso a 505 millones l/d, aún por encima de la meta de llegar a 450 millones.

Se fijó un cupo de 50 litros diarios por persona (menos de un tercio de lo que consumía un paulista en 2016, 166 l/d, tras la crisis hídrica en la región metropolitana de la ciudad brasileña Sao Paulo, la mayor de Sudamérica) . Carteles recomendaban usar menos el inodoro, reservando el agua para los desechos sólidos, bañarse con esponja o suspender el baño una vez por semana, entre otras sugerencias.

Comenzó también la carrera para ampliar la captación de agua, con la perforación de pozos y la construcción de cuatro plantas de desalinización, pero estas apenas quedarán listas en este junio. De todos modos, estas plantas van a agregar como mucho unos 20 millones de l/d contra 150 millones l/d de los acuíferos.

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Ian Neilson, vicealcalde encargado de domar la crisis, rechaza la acusación de que el gobierno habría fallado en prevenirla. Hasta el momento, justifica, Ciudad del Cabo usaba las aguas de la superficie y eso funcionó correctamente, incluso con las pasadas sequías graves las represas siempre volvían a llenarse.

"De alguna manera general entendíamos que un cambio [en el clima] ocurría y que sería necesario adaptarse. Lo que no previmos fue la velocidad rápida en la que vino".

Todas las proyecciones, alega Neilson, indicaban que la ampliación de las fuentes de captación sería necesaria recién en la década de 2020. Ahora, luego de tres años de sequía, dos de los cuales son los peores registrados, el se convenció de que la ciudad está frente a una nueva realidad.

"Este es el mensaje que las ciudades de todo el mundo necesitan entender: cuando el cambio ocurre, puede venir en forma rápida y severa y hay que prepararse previamente sin presumir un ritmo lento de adaptación".

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El vicealcalde se queja de que el Departamento Nacional de Agua y Saneamiento tardó en reducir la cuota de agua para riego. La crítica tiene un fondo político: el municipio está en manos del partido Alianza Democrática, opositor al Congreso Nacional Africano, que ocupa el gobierno nacional desde 1994, con el fin del apartheid.

La disputa habría retrasado fondos para ampliar la capacidad de las represas Voëlvlei y Berg River, acusa Neilson (el departamento no respondió a un pedido de entrevista). Por otro lado, el gobierno nacional impuso al sector agrícola un recorte en la asignación de agua para irrigación del 60%, aún más drástico que el determinado para consumo urbano.

"Me temo que el impacto en la agricultura ha sido enorme, y lo reconocemos. Escuché que la industria vinícola tuvo algo entre un 20% y un 40% de reducción en el volumen, y eso significó pérdidas de empleos, como en el caso de los recolectores de frutas", subraya.

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Danie Loubser, de la hacienda Breëvlei en el valle de Elgin, tiene 50 hectáreas plantadas con manzanos. En la primera semana de mayo finalizaba la cosecha de la variedad Pink Lady, una de las mejores para la exportación, que sufrió una caída del 15% al ​​20% con la sequía.

La hacienda de Loubser está ubicada en el valle bañado por el rio Palmiet, bien servido con lluvias. El Palmiet alimenta la represa privada Eikenhof, que contribuyó para postergar en casi tres semanas el Día Cero. Las compuertas fueron abiertas para dejar pasar 10.000 millones de litros además de los 9.000 a 23.000 millones de litros que insume cada año para el sistema público de abastecimiento.

"Hicimos un buen acuerdo", evalúa Stuart Maxwell, presidente de la Asociación de Usuarios de Agua de Groenland (GWUA, por sus siglas en inglés), que construyó Einkenhof. En contrapartida, el recorte para los asociados bajó de 60% a 10%.

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Un valle más adelante, en la región de Worcester, no hay una represa tan grande como Eikenhof. Viñedos y árboles frutales son arrancados para plantar trigo y pastos destinados a las ovejas.

La sequía y la crisis agrícola dejan sus marcas también en el pueblo vecino de Villiersdorp. En la "township" (una favela habitada en su mayoría por negros) Station 11, los ranchos se multiplican por la ladera para darle abrigo a los desempleados de varias partes.

La cloaca es a cielo abierto. El arroyo que baja de la montaña está lleno de basura. La mayoría de los habitantes tiene que buscar agua en canillas comunitarias, que pueden estar a varias laderas de distancia.

En el camino de regreso a Ciudad del Cabo, la calle principal de Franschhoek exhibe una fila de carteles escritos en inglés, afrikaans y xhosa, uno de ellos recomendando el "domingo sin baño". Un equipo de obreros negros instala un portón de hierro bajo la vigilancia de un hombre pelirrojo.

"Aproveche Sudáfrica antes de que se acabe", dice el propietario al equipo periodístico. El no se refiere tanto a la sequía sino a la toma del poder por parte de la mayoría negra con el fin del apartheid, al cual le atribuye saqueos e incendios de haciendas, violaciones y asesinatos crueles.

La mayor parte de los productos agrícolas son embarcados hacia el exterior y no son consumidos internamente, apunta Richard Pfaff, gerente del programa de agua de la organización ambientalista EMG (Enviroment Monitoring Group). Los empleos que se crean son precarios y la irrigación consume demasiada agua frente al escaso beneficio social que produce.

"Existe en la actualidad un debate político sobre cómo el agua debería ser entregada de forma justa porque dado que la mayoría de la población, que es de personas negras, está percibiendo que hay una distribución desigual del agua cuando se trata de negros y blancos".

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Pfaff observa puntos negativos y positivos en al campaña del Día Cero. El aspecto malo, dice, fue la manipulación de la información, como las sucesivas postergaciones de la fecha en la cual los grifos se secarían, sin mayores explicaciones.

Por otro lado, el mensaje drástico tuvo el poder de elevar la conciencia de la población sobre el cambio de clima, ofreciéndoles una imagen muy concreta de lo que esta puede acarrear.

"El segundo aspecto positivo de la campaña fue que en una ciudad dividida como el Cabo, esto representó una oportunidad para que las personas se encontraran y conversasen, para intentar resolver este problema más allá de las divisiones de raza, clase y género".

No muy lejos de las canillas de la cervecería SAB, en el mismo barrio de Newlands, otra fuente atrae a un grupo más pequeño a Springsway, una calle sin salida. Existe un buen número de mujeres con los cabellos cubiertos y los hombres con barbas y birrete.

Cargadores se ofrecen para arrastrar los bidones de hasta 50 litros en carritos, a cambio de unos pocos rands. Algunos guardan lugar en la fila para posibles clientes y burlan la regla de los 25 litros por persona.

Un musulmán se irrita y llama al policía que aguarda en un patrullero en el inicio del callejón. Con su pistola en el cinto, el agente obliga a un muchacho negro a alejarse con sus varios bidones vacíos de una señora blanca, que vuelve al final de la fila.

Antes de irse, Judy Molokon, mujer negra que acude a la fuente en forma quincenal, se queja de su cuenta de agua, que subió a 1400 rands (unos 110 dólares) en una casa de cuatro personas.

"Intento siempre que sea posible evitar usar agua del grifo [en casa]. No podemos arcar con estas tarifas altas", protesta. "Y no fue culpa nuestra, estamos rezando para que vuelva la lluvia".

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