La erosión afecta a las playas y hasta casas enteras; se realizan obras para contener las frecuentes marejadas
12.jun.2018 - 02h00
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Cuando el agua invade las casas de palafitos de la favela Mangue Seco, en el noroeste de la ciudad de Santos, estado de Sao Paulo, es "hora de marcharse". Quien avisa es Dyennifer Aparecida de Sailva, de 35 años, auxiliar de limpieza que está desempleada.
"Te llega a los tobillos, a veces a las rodillas. Y entran los ratones, las cucarachas, esos mosquitos que te colman la paciencia. Puedes estar limpísima, pero el ratón come su comida".
La zona noroeste de Santos se expandió sobre un área de manglares que está a apenas 1,4 metro por encima del nivel del mar. En la década de 1950, un sistema de drenaje por canales fue instalado en la región para permitir la agricultura. Y es por medio de estos que, incluso a 15 kilómetros de Ponta da Praia, Mangue Seco se ve invadida por inundaciones cuando el nivel del mar está alto o la marejada es fuerte.
"Lo que llaman de mini-marejada allá en la playa, aquí a veces es un tsunami", dice Dyennifer.
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Mientras camina por las callejuelas de la comunidad, equilibrándose en tablas de madera con espacios lo suficientemente grandes para ver la cloaca que corre por debajo, ella saluda a los vecinos y familiares, entre ellos cinco hijos biológicos y 12 ó 13 "del corazón".
Ella, su hermana Jane Maria Vieira, de 50 años, e otras diez mujeres son líderes de la asociación de vecinos de la comunidad, que presiona a la Alcaldía de Santos para obtener casas populares.
Mientras la casa de cemento no llega, todos los vecinos van elevando sus casas y se adaptan a las inundaciones más frecuentes y más altas.
Para escapar del agua, agujerean el piso para fijar nuevos pilares que sustentan las casas usando pedazos de madera más largos. Ajustan el nuevo soporte en el medio de neumáticos viejos de camión que son rellenados de lodo, arena y desperdicios durante la marea baja para intentar estabilizar los pilares. Una ingeniería "digna de la Nasa", dice Jane.
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"Nosotros queremos un lugar bueno para no preocuparnos por las marejadas, las mareas altas, viento, incendios. Hay personas que nos miran con pena, creen que estamos aquí porque queremos, pero son muchos desempleados que no pueden pagar un alquiler".
Es el caso de Antonio Roberto da Silva, de 65 años, conocido como Seu Toninho, y también el el Bruno Da Silva Araújo, de 28. Vecinos, están sin empleo y se ganan la vida haciendo changas. Las dos casas, al fin de un callejón, cerca de una plazoleta, llaman la atención. La de Seu Toninho está inclinada, con la parte de atrás hundida. La de Bruno, mucho más baja que las otras, casi toca el agua.
"Ya subí un metro y medio, después otros 90 centímetros y la voy a tener que subir de nuevo. El agua, cuando venga la marejada, entrará con todo", dice Bruno.
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La temporada de marejadas va de abril hasta setiembre. Es en esta época que los ciclones extra-tropicales formados entre Argentina y el estado brasileño de Rio Grande do Sul avanzan hacia el sudeste de Brasil, generando olas de mucha energía y gran elevación del nivel del mar.
Las marejadas son un fenómeno natural, resalta el físico y meteorólogo José Marengo, coordinador general de investigación y desarrollo del Centro Nacional de Monitoreo y Alertas de Desastres Naturales (Cemaden).
Pero, con el calentamiento global, son cada vez más frecuentes e intensas. El calor del agua del mar lleva a vientos más fuertes que, por su parte, generan olas mayores que golpean más alto en la infraestructura de la ciudad. Estas olas también llegan más lejos con el aumento del nivel del mar, causado por el deshielo de glaciares y la expansión de volumen de aguas más calientes.
En todo el mundo, el nivel del mar subió 1,7 mm anuales en el siglo pasado, según el IPCC (panel de cambio climático de la ONU). En Santos, datos del mareógrafo del puerto apuntan un alza de 1,2mm anuales en las últimas tres décadas, totalizando 3,6 cm, con tendencia de alta en la última década. Factores como patrones de circulación oceánica y la subsidencia del suelo, o sea, cuánto el suelo se hunde, influencian la medición del mar y ayudan a explicar la tasa menor que el promedio mundial.
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En el futuro, no obstante, ese aumento puede ser de 18 a 23 centímetros hasta 2050 y de 36 a 45 centímetros hasta 2100, como concluyó el Proyecto Metrópole
Coordinado por Marengo y apoyado por la Fundación Amparo a la Investigación del estado de Sao Paulo (Fapesp, por sus siglas en portugués), el proyecto analizó, de 2013 a 2017, la capacidad de adaptación a los cambios climáticos en tres ciudades costeras: Broward, en el estado norteamericano de Florida, Selsey, en el Reino Unido, y Santos.
En la ciudad brasileña, los objetos del estudio fueron el área turística Ponta da Praia, la última para quien va desde el centro de la ciudad hasta el puerto, y la empobrecida zona noroeste, donde está ubicada Mangue Seco. Los dos barrios, pese a las realidades sociales contrastantes, son físicamente vulnerables al aumento del nivel del mar y a eventos extremos, como marejadas fuertes, y ya sufren los impactos de cambio climático, dice Marengo.
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De cara al mar, el edificio Enseada, obra del arquitecto Joao Artacho Jurado (1907-1983), es uno de los objetivos preferidos de las marejadas en Ponta da Praia. En la peor registrada en la ciudad em 2005, el automóvil de la micro-emprendedora Patricia Castaldino Amado, de 41 años, quedó totalmente debajo del agua en un estacionamiento subterráneo, al lado de ocho vehículos.
Después del episodio, el edificio instaló una alarma anti-mareas, que es accionada por el portero del lugar. Todos los viernes a las 11, el aviso sonoro, altísimo, es testeado.
En una madrugada de abril de 2016, vino una marejada con bravura y la alarma funcionó como era esperado. Patricia, sin embargo, no se despertó inmediatamente. Fue una de las últimas a sacar el automóvil del garaje. Con el agua ya alta en la avenida, el motor se rompió.
"Ahora no tengo más coche, solamente ando con Uber. Quien vive al lado del mar debe adaptarse, ¿no?".
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Celia Regina de Gouveia Souza, científica del Instituto Geológico del Estado de Sao Paulo y participante del Proyecto Metropole, mantiene un banco de datos de marejadas en Santos y observó un salto a partir de fines de los años noventa.
"Las décadas de 2000 y 2010 ya tuvieron más marejadas que todo el último siglo", dice. En 2010, fueron registrados 15 eventos del tipo, contra un máximo de 4 por año entre 1960 e inicios de la década de 1990.
Adaptar Ponta da Praia y la zona noroeste de Santos a los cambios climáticos costaría, por lo bajo, unos 300 millones de reales (unos 80 millones de dólares), según el Proyecto Metropole. El valor incluye obras sugeridas por la población, como la recuperación de los manglares de la zona noroeste de la ciudad, la construcción de muros en Ponta da Praia y las mejoras en el sistemas de compuertas y estaciones de bombeo.
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No hacer nada, sin embargo, puede consumir al menos 1.200 millones de reales (unos 325 millones de dólares). La cifra es conservadora porque tiene en cuenta, en el cálculo de pérdidas, apenas el valor de inmuebles valorizados, ubicados frente al mar.
"Una parte importante del proyecto es la percepción de que existe un problema y lo que puede hacerse para resolverlo. La investigación no descubrió la pólvora, pero dio el puntapié inicial para que la población piense en una adaptación" dice Marengo.
"Lo peor que podría haber ocurrido era que alguien dijera que el cambio climático era mentira, una cosa de científico loco, o la alcaldía decir que no tenía nada que ver con eso. Al contrario, tuvimos total apoyo y no hubiéramos logrado hacer los estudios de otra forma".
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La instalación de una fila de 49 sacas gigantescas de arena dentro del mar en Ponta da Praia como forma de minimizar la fuerza de las olas y contener la erosión costera grave en la región ya es una respuesta, dice Marengo.
Este trecho está desapareciendo y perdiendo franja de arena. Trampolines, canchas de fútbol y postes de luz de décadas pasadas ya no existen más.
Con menos arena, las olas alcanzan la playa y la avenida con más violencia. Las marejadas se llevan la poca arena que había en la costanera ya fragilizada.
La causa de la erosión de la Ponta da Praia también es causa de la obra humana. Según Celia Souza, del Instituto Geológico, el problema se agrava desde la década de 1930, cuando la avenida costanera fue construida arriba de la playa. El emisario submarino de cloacas y las estructuras de apoyo náutico también tuvieron impacto.
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Ponta da Praia logro evitar desparecer rapidamente por algunas razones. Em primer lugar, la alcaldía la recompuso con arena que las corrientes marinas lleva, en el sentido oeste, hacia los canales 1, 2 y 3 donde la playa es más ancha. La ciudad, además, es una especie de trampa de arena que viene de las vecinas Praia Grande, Peruíbe e Itanhaem y termina parando en la bahía de Santos. El agua que sale del emisario submarino y del canal de drenaje número 6 también dificultan la acción de las corrientes que llevan la arena de la playa hacia alta mar. Y, finalmente, destrozos de un barco que encalló hace décadas en Ponta da Praia también ayudan a fijar la arena por allí.
Desde 2010, la erosión fue mayor por causa del ensanche y aumento de la profundidad del canal de navegación del puerto. El dragado habría contribuido para el aumento de la energía de las olas, según admitió la Compañía Docas del Estado de Sao Paulo (Codesp) en un acuerdo firmado en diciembre de 2017 con el Ministerio Público Federal.
La Codesp se comprometió a adoptar medidas para recuperación, mitigación y prevención de los efectos de la erosión costera en las playas de la Bahía de Santos. El acuerdo explicita que la obra no podría ser rígida, permitiendo una fácil reversión o adaptación en caso de falla y cita a las sacas de arena, llamadas, geobags, como opción.
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Esta estructura, inédita em Brasil, había sido probada em Australia, México y Corea del Sur. Fue sugerida por Tiago Zanker Girelli, profesor de la Universidad de Campinas (UNICAMP) que trabaja con ingeniería costera, y sus colegas, como contrapropuesta a la idea del gobierno municipal de construir un rompeolas de 4m o 5m por encima del mar, del canal del puerto al canal 4.
"Creemos que el paredón es muy impactante. Podría terminar con el problema de las resacas, pero también iba a terminar con la playa como el santista la conoce".
La implementación de este arrecife artificial construido con geobags terminó en abril, a tiempo de la temporada de marejadas. Costó unos 3 millones de reales (unos 780.000 dólares), dinero surgido del acuerdo entre Codesp y la fiscalía. "Si tenemos éxito, ampliaremos. Si no sale bien, es sólo romper los geobags y devolver la arena que hay en su interior hacia la playa", dice Girelli.
Ya existen indicios de que esto no será necesario. La intervención está acumulando arena, una excelente señal, según Girelli. Pero aún no es momento de festejar. "Necesitamos ver la estructura va a sobrevivir a la temporada de marejadas. Puede ser que venga una grande como la de 2016 y se lleve todo".
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Sólo en febrero del próximo año será posible responder las siguientes cuestiones: ¿Los bags lograrán retener la arena y engordar la playa, especialmente cuando haya oleaje?¿O las marejadas van a seguir robando arena para el canal del puerto sin nunca más volver?
El equipo de Girelli sigue monitoreando no apenas Ponta da Praia, sino también las franjas de arena vecinas. "De nada serviría cubrir un santo para descubrir otro", dice, usando una metáfora típicamente brasileña. Ellos también intentan prever cómo será el uso de bags en el futuro, frente ala tendencia de las marejadas altas "¿Será posible que funcionen con olas más altas? ¿Necesitaremos rellenarlos com más arena?".
La microempresaria Patricia Amado, quien vive enfrente de la obra, cuenta que escucho mucho decir que hasta 2020 el mar ya habrá avanzado por toda la playa. "Hasta ahora no pasó, pero la playa donde llevaba a mi hijo a jugar hace 15 años no existe más. No sé si dentro de 40 años aún habrá playa en Santos".
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Desde 1992, la geológa Celia Souza monitorea la erosión de las playas del litoral de Sao Paulo. Cada cinco años actualiza un mapa dinámico de riesgo.
Las playas urbanas con riesgo de erosión tienen altas chances de desaparecer, según ella. Sumado a la elevación del nivel del mar, con más eventos extremos y con obras de urbanismo que invaden las playas y roban arena.
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"Cada vez que visito esas áreas veo una imagen diferente. Siempre una imagen de destrucción, pero siempre diferente ", dice. En cada una de ellas, busca las causas de la erosión crónica para poder evaluar las mejores medidas de recuperación.
En Ilha Comprida e Praia do Leste, en Iguape, en lo que se conoce como litoral sur del estado de Sao Paulo, restos de casas están esparcidos por gran parte de las orillas, como si por allí hubiera pasado un huracán. Se construyeron a kilómetros de distancia del agua, pero el mar las alcanzó.
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El proceso en la región, dice Souza, es diferente del de Santos. El escenario es natural, poco modificado por el hombre. "Hay un juego de tira y afloja de dinámicas costeras inestables e imprevisibles, con mucho en juego. Es mar, río, laguna, lluvia, ola, eventos extremos, dice. "Cuando crece arena, la gente cree que todo mejora y hace su casa, cuando erosiona, se lleva todo".
El contador retirado Albino Souza, de 70 años, compró una casa en Praia do Leste en 1998. "Me quedé unos años sin venir. Cuando llegué en 2010, ella estaba allí, dentro del mar ", dice, apuntando a un punto 50 metros adelante, alrededor de los escombros de casas en la arena.
En diciembre, compró otra casa en Praia do Leste y se mudó, contra la opinión de los hijos. "Dicen que soy loco, pero acá no viene nadie y me gusta el silencio. Para mi, fue un desastre positivo".
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La casera Sonia María Santos Carvalho, de 57 años, también perdió la vivienda por la erosión. Fueron dos casas frente al mar, de las cuales aún se ven los restos.
En la primera vivió 12 años: "No era segura, apenas tenía tejas. Cuando venía el viento sur, temblaba y sentíamos un poco de miedo. Ya había antecedentes [de casas arrastradas] pero la mía estaba lejos del mar cuando vine. Tuve que ver para creer y ocurrió".
En la segunda, vivió por 4 años: "Esa me dio lástima verla caer, tres cuartos buenos, de material, casa maravillosa. Cuando el mar golpeó y arruinó los caños, ya no tenía más que hacer ".
Estuvo tres meses viviendo en casa de conocidos. Después fue sorteada para una casa popular, pero muy lejos del mar.
"Por un buen tiempo estoy protegida ahora. Dicen que el mar está cerrado, que Ilha Comprida saldrá del mapa. Creo que falta para que suba [apunta al cielo] antes de que eso ocurra. Espero llegar a tiempo".
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