Tempestades de fuego mataron a 115 portugueses en 2017
8.mai.2018 - 02h00
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El agricultor António Marques da Costa, de 74 años, anda todo los días por un camino de tierra hasta una fuente próxima para recoger el agua que usa para sus animales. Durante el trayecto, contempla aquello que fue destruido el 16 de octubre de 2017.
Fue una noche fuera de lo común caliente de otoño, en la cual tuvo inicio el peor incendio forestal del año, uno de los más grandes de la historia de Portugal. "Ya vi otros fuegos, pero nunca como este. Los otros ardían y luego se apagaban completamente".
Hubo 49 muertes, que se sumaron a las 66 víctimas de otro siniestro en junio, las cuales muchos en Portugal asocian al cambio climático provocado por el calentamiento global, pero antes que todo lo atribuyen a la falta de preparación de las autoridades para lidiar con situaciones de emergencia.
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A la vera de la pequeña carretera, un olivo centenario consumido por las llamas aún carga decenas de aceitunas. Los frutos, que ya estaban próximos de la cosecha, cuelgan achicharrados de las ramas. El paisaje se replica hasta donde los ojos alcanzan, en la aldea de Cerdeira, centro de Portugal.
Marques da Costa presenció algo que se hace cada vez más común en Portugal y en otras partes del mundo, como en California. Son las llamadas tempestades de fuego, incendios forestales poderosos que retroalimentan las llamas con las propias corrientes de aire que crean, existiendo las condiciones meteorológicas adecuadas y material combustible abundante.
"Lo peor fue ver arder todo lo que nosotros construimos aquí. Caminábamos de allí para acá para salvar la casa en la que fue criado y que le di a mis hijos". Además de más de una centena de olivos, el agricultor perdió plantaciones, un área de castaños y una casa usada para guardar material de trabajo. Dice que no hay esperanza de recuperar lo que fue perdido en el incendio.
"Lo que tenga, lo guardo. Las casas ya no las recupero. Dinero (para reconstruir la casa y las plantaciones) no tengo. Mi jubilación es apenas de 300 euros, con eso no puedo hacer nada".
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Si bien los fuegos forestales son bastantes comunes en el verano de Portugal, la extensión y la gravedad de los daños en 2017 fue inédita: 115 muertos y al menos 5.000 km2 afectados, más que el triple de la superficie del municipio de Sao Paulo, la ciudad más grande de Sudamérica. Causó sorpresa que los dos principales incendios hayan ocurrido en otoño y primavera.
La tragedia anterior había ocurrido el 17 de junio, un sábado de sol, a cuatro días del inicio del verano. Dejó 66 muertos, incluyendo nueve niños y adolescentes, y más de 250 heridos en la región de Pedrógao Grande e Góis, en el centro del país.
El 16 de octubre, otro incendio forestal, esta vez en la región de Oliveira do Hospital, Castelo Branco y sus alrededores, también en el centro del país, mató a 49 personas y dejó más de 70 heridos.
Los daños materiales fueron cercanos a 1.000 millones de euros, según el secretario de Estado de Desarrollo y Cohesión, Nelson de Souza. Y todo indica que este tipo de catástrofe puede tornarse más frecuente.
Comparando el pasado reciente de España y Portugal, países limítrofes con clima semejante, existen resultados diferentes cuando el asunto son los incendios: mientras que en España, a partir de mediados de la década de 1980, se nota una reducción considerable del área quemada, que llegaba a ser el doble del vecino, en Portugal no hubo variaciones.
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Todavía no es posible afirmar en forma taxativa que el aumento de los incendios forestales en Portugal sea un resultado del calentamiento global. Pero existen indicios consistentes de ello, apunta el climatólogo Pedro Miranda, director del Instituto Dom Luiz, entidad dedicada a la investigación de meteorología, clima, geofísica y ciencias de la Tierra, de la Universidad de Lisboa.
"Para que haya fuego, es necesario que haya un bosque. Y este bosque debe tener condiciones favorables en arder. Y esto es que tiene que estar seco y sufrir temperaturas elevadas".
En Portugal, la disminución de las lluvias, con períodos prolongados de sequía en varios años, es una de las principales manifestaciones de las alteraciones climáticas. Y de allí provendría el mayor factor que contribuye con el inicio de los incendios.
"En estos últimos años, tuvimos varias sequías: en 2003, 2005 y 2017. Y estas sequías coincidieron con períodos de más fuego", afirma Miranda.
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El climatólogo destaca que ya existen estudios reforzando la correlación entre los cambios climáticos y la existencia de incendios forestales. Para confirmar fehacientemente esta relación, sería necesario un volumen de datos mayores.
Los números del Instituto Portugués del Mar y de la Atmósfera (IPMA), organismo vinculado al gobierno, van en la misma dirección. El 2017 fue extremadamente caliente y seco, con la temperatura promedio del aire quedó cerca de 1,1ºC por encima de lo normal, haciendo de aquel año el segundo más caliente desde 1931, detrás de 1997.
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Propietaria de una firma de obras y servicios vinculados a la construcción civil, la empresaria Verónica Fonseca dice vivir en la piel aquello que los científicos describen en números. Las instalaciones de su fábrica fueron destruidas en el gran incendio de octubre, que salió de los límites del bosque y llegó a la zona industrial de Oliveira do Hospital. Más de 70 empresas se incendiaron allí.
"Aquí uno lo siente: está lloviendo cada vez menos", relata. "En esta región no es nada normal, pasábamos semanas y semanas con lluvia y ahora no ha ocurrido eso. Yo creo que el tempo se ha modificado. No sé si existen aquí alteraciones climáticas, pero todos los años se prolonga más el tiempo de calor y sequía", cuenta la empresaria, nacida y criada en la región.
Ella clava la vista, con tristeza, sobre el montículo de hierros retorcidos al cual se redujo la fábrica que hace 40 años fue fundada por su padre. Una decena de empleados excava en los escombros y las cenizas buscando algún material que se pueda reaprovechar. Camionetas de la firma fueron reconocidas apenas por su carcaza.
"Parecía que el fuego volaba", dice, recordando los vientos fuertes que ayudaron a propagar las llamas por el aire seco. "Siempre hubo incendios forestales, pero nunca tuvieron una dimensión completamente catastrófica", cuenta.
Ella estima que sus pérdidas son de cerca de 1 millón de euros. Se queja de la poca atención del Estado portugués y también de la comunidad internacional.
"Cuando ocurrió lo de Pedrógao (el incendio que mató a 66 p ersonas), hubo mucha divulgación. Acá fue mucho menos", compara. "Quizás porque allá hubo más pérdidas humanas".
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Los incendios del 17 de junio estuvieron marcados sobre todo por las imágenes del trecho de la autovía que concentró la mayoría de las víctimas fatales de las llamas. El día del incendio, había muchos visitantes en la región de Pedrógao Grande, conocida por el turismo de sus playas fluviales. Es un destino popular para quien viaja de Évora hacia Coimbra, dos de las ciudades históricas más visitadas de Portugal.
Casi seis meses después de la tragedia, cuando el equipo periodístico de Folha estuvo en el lugar, los árboles quedamos y los carteles de señalización tránsito destruidos testificaban de modo sutil lo que ocurrió en la carretera nacional 236, que pasó ser llamada de ruta de la muerte.
La autopista, así como otras del interior de Portugal, es estrecha y viborea dentro de una vegetación densa de pinos y eucaliptos, dos especies de alto poder combustible.
De acuerdo al informe de la comisión independiente que investiga el incendio, el lugar del siniestro tiene una inclinación que aumenta un 67% la velocidad de propagación de las llamas en comparación al terreno plano.
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Las víctimas intentaban utilizar la autopista como ruta de escape del incendio, pero terminaron muriendo acorraladas en un trecho de menos de 500 metros que fue devastado por el fuego.
Un punto bastante criticado fue la falta de respuesta de las autoridades, especialmente el número insuficiente de bomberos, que en Portugal son su mayor parte voluntarios (los profesionales normalmente se restringen a las ciudades más grandes).
La cantidad de bomberos viene cayendo en Portugal en los últimos años, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). En 2015, el contingente era de 29.000 bomberos. Diez años atrás, eran 42.000. Uno de los principales motivos es demográfico: hay cada vez menos personas –sobre todo jóvenes– viviendo en el interior del país.
Las tragedias derrocaron a dos nombres de la cúpula política: la ministra de Administración Interna, Constança Urbano de Sousa, y el jefe de Protección Civil, Joaquim Leitao, criticados por la actuación en el primer gran incendio y por el hecho de no haber evitado el segundo, cuatro meses después.
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No faltan relatos de intentos en vano de conseguir auxilio. "Intenté pedir ayuda, pero nosotros no teníamos comunicaciones en ningún lado. Las únicas autoridades que vimos fue mucha policía intentando coordinar, pero a cierta altura hasta ellos estaban preocupados con sus propias vidas en riesgo. E incluso así, cada uno estaba por su lado", cuenta la empresaria Verónica Fonseca sobre la noche del incendio en su fábrica.
Socio de la fábrica Azeites do Cobral, el empresário Luís Miguel Brito también se encontró sin apoyo para combatir las llamas en la misma noche. Propietario de camiones, tractores y algunos equipamientos que dispersan agua, el tuvo que elegir entre salvar su plantación de aceitunas o las casas de sus vecinos. Optó por sus vecinos.
"Tengo 30 hectáreas de olivo que fueron totalmente destruidas. Tanto el olivar tradicional, como los antiguos, centenarios. Se ha perdido para siempre la calidad del aceite producido por los olivos centenarios".
Brito apuesta en la reducción significativa en el volumen de aceite producido en toda la región. El movimiento débil del lagar –donde se se procesan las aceitunas para obtener el aceite de oliva– en pleno período de cosecha indica que los agricultores han sufrido pérdidas relevantes.
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La región de Oliveira do Hospital, donde está ubicada Azeites do Cobral, pasó años sin grandes sobressaltos a causa de los incendios. Un hecho atribuido, entre otros factores, al buen manejo de los bosques, como la limpieza constante de las áreas de montes, disminuyendo el material seco para alimentar a las llamas.
La realidad no se repite en el resto del país, según especialistas, que clasificaron las reglas forestales del país como insuficientes. Regiones con especies nativas, como roble y castaño, han sido replantadas con pinos y eucaliptos, que ofrecen una ganancia financiera más rápida, pero son más propensas al fuego por formar bosques homogéneos de arboles con resinas que acumulan biomasa seca sobre el suelo.
Según el Inventario Forestal Nacional, hubo un aumento de 13% en la cantidad de eucaliptos en Portugal entre 1995 y 2010. Hoy el árbol originario de Australia es predominante en los bosques portugueses.
"Los incendios dependen mucho de la ocupación de los terrenos y de la manera como ella es generada", dijo el climatólogo Pedro Miranda. "Si nuestros bosques no tuvieran una gran cantidad de árboles muy fáciles de entrar en combustión, sería más resistente".
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En el informe del estado del ambiente en Portugal en 2017, la Agencia Portuguesa del Ambiente indica que los eventos ambientales extremos que marcaron el año deben ser encarados como un preanuncio de lo que está por venir.
"La sequía grave, las temperaturas por encima del promedio, la intensificación de fenómenos meteorológicos extremos que vivimos este año serán, de acuerdo a gran parte de la comunidad científica, la nueva realidad", alerta.
Coordinador del Plan Intermunicipal de Adaptación a las Alteraciones Climáticas de la Región de Coimbra, la más grande del país, con 19 municipios, Joao Carlos Mano Castro Loureiro, profesor de la Universidad de Coimbra, destaca que algunas características del bosque portugués, como la concentración en las manos de pequeños propietarios privados, hacen necesaria la creación de políticas públicas de estímulo a la preservación de especies autóctonas.
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Sus proyecciones indican que la propia viabilidad del eucalipto puede estar comprometida frente al aumento de las temperaturas y de los cambios que conlleva. "Puede haber oportunidad para especies nuestras, autóctonas, mucho mejor adaptadas a este clima".
El gobierno prometió para 2018 presentar alteraciones en la legislación forestal, inclusive en la reglamentación del eucalipto y de otras especies extranjeras.
Para los investigadores, es necesario insistir también en la concientización de las poblaciones para la nueva realidad forestal en el contexto del cambio climático. En Portugal, así como en Brasil, existe una cultura de realizar quemadas para "limpiar" el terreno.
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"Las personas tienen eso como parte de su rutina anual, un poco insensibles a las condiciones (meteorológicas) del momento", evalúa el científico. "Lamentablemente, en la tragedia de octubre pasado fue una de las principales razones para hacer quemas de pastizales".
El informe interdisciplinario contó también con técnicos en el terreno, que hicieron preguntas a la población sobre las alteraciones climáticas. La socióloga Fátima Alves, investigadora de la Universidad de Coimbra, destaca que son pocos los que no creen en el calentamiento global y sus consecuencias.
"De un modo general, todos escucharon algo sobre el cambio del clima, logran identificar donde estos cambios ocurren en su día a día", evalúa. Pero con eso no basta. "Las personas saben lo que ocurre, pero no están igualmente comprometidas con el cambio de su propio comportamiento".
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