La ola migratoria está transformando las comunidades indígenas de Panamá
Los más jóvenes están dejando de trabajar en los campos y están entrando en la economía que se deriva del flujo migratorio; el medio ambiente siente el impacto de la basura producida por los emigrantes
Esmeralda Dumasá, de 50 años, acaba de ser elegida la primera mujer “nokoe” (líder) de Bajo Chiquito, la pequeña comunidad indígena de 495 habitantes a orillas del río Tuqueza que ha visto cómo su vida ha sido transformada por la inmigración.
Es en esta área habitada por los pueblos emberá y wounaan donde, en promedio, han estado llegando diariamente alrededor de mil inmigrantes de diversos países que acaban de sobrevivir a la travesía por la selva de Darién.
Recién investida para el cargo que ocupará durante los próximos cinco años, Dumasá dice no temer nada en este nuevo escenario. “A los inmigrantes les damos gracias a Dios”, afirma.
Para ella, los viajeros traen beneficios. “Intercambiamos culturas, idiomas. Mira mi ejemplo: no sabía nada de inglés; ahora sé decir chicken [pollo], fish [pescado] y muchas otras cosas”.
Se puede entender el optimismo. Ubicada en el extremo este de Panamá, Bajo Chiquito forma parte del distrito de Cémaco, uno de los dos que componen la comarca Emberá-Wounaan, un territorio semiautónomo creado en el corazón de la provincia de Darién en 1983 -poco más del 10% de la población panameña es indígena. A pesar de la autonomía política, los habitantes de la región han enfrentado décadas de abandono y negligencia por parte de las autoridades locales.
La situación cambió a medida que la crisis migratoria empeoró en el estrecho de Darién y la atención se centró en Bajo Chiquito. Organizaciones internacionales y el propio gobierno se han hecho presentes.
Ahora, la mayoría de los jóvenes y adultos de esta comunidad y de otras tres adyacentes viven de la economía en torno a la migración. Además de la venta de alimentos y bebidas a los migrantes que llegan de la selva en condiciones extremas, muchos con heridas y deshidratados, ofrecen transporte para salir de Bajo Chiquito hacia las estaciones de recepción migratoria.
Los indígenas organizan este traslado a través de piraguas, pequeñas canoas que navegan por las aguas del Tuqueza hasta la estación de Lajas Blancas, en el límite de la comarca Emberá. En la temporada seca, que va desde mediados de diciembre hasta marzo, el nivel del río disminuye considerablemente, y el viaje de unos 45 km puede durar hasta seis horas.
Bajo Chiquito se turna diariamente con Marraganti, Nuevo Vigía y Villa Caleta en la organización de las piraguas. Cada día, alrededor de 1.200 personas son llevadas a los albergues. Aquellos mayores de 10 años deben pagar $25 (alrededor de R$125) por el transporte.
“Todo esto ha cambiado mucho la vida de la comunidad”, dice la piraguera Oneide Teucama mientras anota en la hoja sujeta a una tablilla el número de inmigrantes que embarcan. “Quienes se dedicaban a la agricultura ahora están aquí. Por eso, los cultivos están descuidados. Hoy solo sirven para la alimentación de las propias familias”, relata.
En las orillas de la comunidad de Lajas Blancas y, a 35 kilómetros de allí, en la región de Puerto Limón, los residentes y funcionarios públicos son testigos de la transformación. Era común ver el desembarco de docenas de indígenas que iban a vender en las ciudades su producción de plátanos y aguacates. Ahora, solo aparecen migrantes. A pocos metros de Oneide, otro piraguero que prefiere no identificarse afirma que los jóvenes ya no quieren trabajar en la agricultura.
El cambio en el entorno también es visible. Tanto dentro de la selva de Darién como en Bajo Chiquito y otras comunidades, llama la atención el volumen de basura, especialmente botellas de plástico. El material es recolectado por los propios indígenas y quemado en un área más alejada de las casas. En las redes sociales, los panameños han llevado a cabo campañas para alertar sobre el impacto en Darién, que alberga un parque nacional.
“Bajo Chiquito no era como acaban de ver”, dice el comisionado Edgar Pitty, jefe de la 1ª Brigada Oriental de Panamá, en la sede regional del Senafront (Servicio Nacional de Fronteras). “Este flujo migratorio, con un número tan grande de personas de todo el mundo, hace que la cultura prácticamente desaparezca. Ya no piensan en cazar, solo en transportar migrantes. Al final, esto dejará marcas que pueden ser desalentadoras dentro de 10 o 15 años, cuando ya no sea posible recuperar las tradiciones”.
Esmeralda, la nueva líder de la comunidad, se preocupa con cuestiones más inmediatas. Aprovechando la atención de las organizaciones sobre la zona, quiere, finalmente, poner en marcha un nuevo proyecto de abastecimiento de agua. La idea es dejar de bombear del Tuqueza, conocido por los migrantes como el “río de la muerte” debido a los que sucumben en el cruce de la selva, y captar agua de algún punto menos contaminado. Lo que, pronto, probablemente también estará amenazado por el flujo de Darién que no cesa.
Reportaje y coordinación Mayara Paixão y Lalo de AlmeidaIDEACIÓN Mayara PaixãoEdição de textos Juliano MachadoEditor de fotografia Otavio ValleEdición de imagen Lalo de Almeida Tratamiento fotográfico Edson Salles y Fabiano VitoEDITOR DE ARTE Kleber BonjoanCOORDINACIÓN DE INFOGRAFÍA Adriana MattosInfografía Gustavo QueiroloDISEÑO Irapuan CamposCOORDINACIÓN DE DESARROLLO Rubens Fernando AlencarDesarollo web Rubens Alencar y PilkerTraducción Azahara Martín Ortega