Ríos, agotamiento, violencia y suicidio impregnan de olor a muerte Darién
El número de cadáveres de migrantes retirados de la selva entre Colombia y Panamá es solo una pequeña fracción de los que sucumben durante la travesía
El número de cadáveres de migrantes retirados de la selva entre Colombia y Panamá es solo una pequeña fracción de los que sucumben durante la travesía
A sus 61 años, Gustavo Vieras se hizo famoso en TikTok. Aunque habla con calma, la razón de su fama no fue nada buena: este venezolano nacido en Maracay, a 120 km al oeste de Caracas, pasó 25 días herido en la inhóspita selva de Darién.
Vieras entró en la selva que separa a Colombia de Panamá el pasado 13 de diciembre y solo salió el 6 de enero, cuando finalmente fue rescatado por “Cala 66”, un indígena pagado por su hijo para encontrarlo y sacarlo de allí.
Mientras estaba en la selva, fue abordado por varios migrantes que cruzaban y lo filmaron para contar su historia en la plataforma que hoy reúne la mayor cantidad de información (muchas de ellas falsas) sobre Darién. “Muchos me daban comida, me ayudaban a avanzar un poco”.
Exbancario, Vieras ganaba en Venezuela una pensión que apenas cubría su alimentación: 130 bolívares (algo así como 4 dólares estadounidenses, o 20 reales) sumados a otros 60 dólares estadounidenses (300 reales) del “bono de guerra económica”, distribuido por el régimen de Nicolás Maduro para mitigar los efectos de la crisis. Para complementar sus ingresos, trabajaba en una tienda de comestibles. Hasta que su hija de 35 años, junto a su nieta de 2 años, expresó el deseo de irse a México, donde vive otro de sus hijos. Sin perspectivas, Vieras las acompañó.
Sin embargo, en un diciembre de fuertes lluvias en la región, que hacen que Darién sea aún más fangoso y resbaladizo, el hombre cayó y se fracturó uno de los tobillos.
“Ya no pude caminar más. Mi hija y mi pequeña nieta no podían quedarse allí. Les pedí que buscaran ayuda. Durante ese tiempo, nunca tuve miedo, tenía fe en que saldría de allí”, relata el venezolano, refugiado en la Estación de Recepción Migratoria de San Vicente.
No obstante, la fe no impidió que viera lo peor de la selva. Escuchó relatos de violencia física y sexual. Presenció el agotamiento de los viajeros y, sobre todo, se encontró con la muerte. “Vi muchos muertos en el río. No sé si el río los arrastró, si cayeron, pero había muchos”.
La selva de Darién, por donde cruzaron más de 520 mil personas en 2023, deja un número desconocido de muertos por el camino. Entre los emigrantes, se habla del “olor a muerte”, producto de la putrefacción de los cuerpos que quedan durante días, semanas, meses y años en la selva.
Uno de los pocos bancos de datos que contabilizan las víctimas en la selva, el proyecto Missing Migrants de la ONU, muestra que al menos 366 personas murieron en Darién en los últimos diez años. El estudio reconoce que el recuento está bastante subnotificado.
La principal causa de muerte (163) son los ahogamientos en el río Tuqueza.
“La selva es testigo tanto de la muerte como de la vida en este enorme flujo migratorio”, dice el comisionado Edgar Pitty, jefe de la 1ª Brigada Oriental de Panamá, en la sede regional de Senafront (Servicio Nacional de Fronteras). Después de todo, su equipo ha realizado numerosos rescates de cuerpos y algunos partos en medio de la selva.
Pitty señala el peligro que representan los ríos. “Para no perderse en la selva, muchos piensan que seguir el curso de los ríos, como una especie de guía, es lo más seguro. Y el riesgo es grande para quienes duermen en las orillas”, dice, refiriéndose a las llamadas crecidas repentinas de los ríos, que arrastran a las personas y sus pertenencias sin que tengan tiempo para reaccionar.
Muchas muertes ocurren por razones menos evidentes. Varios migrantes relatan haber presenciado a mujeres, especialmente, que se suicidaron después de ver morir a sus hijos en la selva. Tampoco son pocas las víctimas de agotamiento completo en el cruce de aproximadamente 100 km desde el lado colombiano hasta la comunidad panameña de Bajo Chiquito, un recorrido hecho en lancha, canoa y a pie.
Finalmente, está la criminalidad. En el primer tramo de la selva, el flujo migratorio está controlado por el Clan del Golfo. Con alrededor de 9.000 miembros, el principal cartel de Colombia hoy domina el golfo de Urabá. Como la región también es una ruta del tráfico de drogas, los gaitanistas, como se les conoce, reprimen casos de violencia para evitar que sus actividades llamen la atención.
Sin embargo, del lado panameño, la realidad cambia y la selva está bajo el dominio de pequeñas pandillas indígenas. Del total de migrantes que cruzan la selva, el 88% reporta que los abusos provienen de las comunidades locales, según un estudio recién publicado por el centro de investigación Mixed Migration y elaborado a partir del testimonio de 900 personas.
Darién es un territorio descuidado durante décadas por parte del Estado. Panamá disolvió sus Fuerzas Armadas después de la invasión del país por parte de Estados Unidos en 1989, la llamada Operación Causa Justa, con el argumento de derrocar la narcodictadura de Manuel Antonio Noriega (1934-2017).
Senafront, el actual servicio de protección de fronteras al que pertenece el comisionado Pitty, fue creado ya en 2008, cuando la necesidad se había impuesto desde hacía algún tiempo. Grupos armados de Colombia habían estado utilizando Darién como refugio y a menudo penetraban en el territorio panameño.
“En 2010 tuvimos varias invasiones, llegamos a tener terrenos minados”, cuenta Pitty. “Tengo compañeros sin piernas debido a estos artefactos. En 2013 logramos expulsarlos a todos”.
No obstante, la presencia gubernamental en la selva aún es escasa y la impunidad es la norma en los episodios de violencia. A lo largo de 2023, Médicos Sin Fronteras, una de las organizaciones que trabajan en la zona, registró 675 casos de abuso sexual a emigrantes en Darién, frente a los 232 del año anterior. Son cifras ampliamente subnotificadas. El pasado 7 de marzo, MSF anunció que había sido obligada por el gobierno de Panamá a cerrar sus actividades en Darién debido a la falta de renovación de un contrato con el Ministerio de Salud local.
El director del Instituto de Medicina Legal de Panamá, José Vicente Pachar, afirma que desde 2019 ha sido necesario aumentar constantemente la capacidad de la morgue de La Palma, donde van los cuerpos rescatados de la selva.
“El primer desafío es identificarlos. Los cadáveres se descomponen aún más rápido debido a las condiciones de la selva: las altas temperaturas, la alta humedad y los animales que despedazan los cadáveres”, cuenta Pachar. “Tampoco tenemos material para compararlo con su información genética. Muchos llegan sin documentación, ya que sus pertenencias son robadas tan pronto como mueren”.
Es imposible determinar la causa principal de las muertes “porque los cuerpos ya están descompuestos”, explica Pachar. Aun así, describe lo que más ve. “Hay muchos traumatismos y ahogamientos, pero también muertes violentas con armas de fuego y armas blancas. Sin contar la cantidad de mujeres y niñas abusadas sexualmente”.