Pobreza
En una de las fronteras más pobres del mundo, los que escapan del hambre se enfrentan con el horror
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Noor Addow, de 45 años, sus dos esposas y sus diez hijos caminaron durante 17 días escapando de la sequía, del hambre, del terrorismo y de la epidemia de cólera en Somalia. Sólo tenían la ropa que llevaban puesta. Los niños, algunos descalzos, otros con chancletas, tenían los pies cubiertos de ampollas y heridas.
Cada vez que llegaban a un pueblo, paraban en la mezquita local y mendigaban comida. Cuando se acababa el agua de sus vasijas, engañaban la sed chupando raíces que encontraban en el camino. Por la noche, dormían en el bosque, con miedo de los leones y las hienas.
En el 14º día de caminata, Fatma, de 19 años, la mujer más joven de Noor, entró en trabajo de parto.
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Estaba muy débil. En el pueblo donde vivían en Somalia, primero el dique se secó, luego la cosecha de maíz se marchitó y finalmente todas sus cabras murieron. Desde hacía meses que nadie comía bien.
Fatma dio a luz bajo un árbol. Eran gemelos. Osman murió durante la madrugada, en los brazos de su padre. Khadija murió en la mañana, en el regazo de su madre. No tuvieron tiempo de llorar.
"Tenemos que seguir caminando, o vamos a perder más hijos", dijo Noor.
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Caminaron otros tres días y llegaron a Dadaab, en Kenia, el campo de refugiados más grande del mundo, donde viven más de 250.000 personas, la mayoría somalíes.
Los Addow no lo sabían, pero no eran bienvenidos.
Un año antes, el gobierno de Kenia había anunciado que cerraría el campo de Dadaab. El presidente Uhuru Kenyatta dijo que el campamento se había convertido en un centro de acogida del grupo terrorista Al Shabab, una facción extremista islámica ligada a Al Qaeda. Kenyatta dijo también que los terroristas que mataron a 147 personas en el ataque a la universidad de Garissa, el 2 de abril de 2015, habían salido de Dadaab.
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El gobierno comenzó con la repatriación voluntaria de los refugiados, a pesar de la sequía, del cólera y de que la milicia terrorista todavía ocupa una parte importante del territorio somalí. Casi al mismo tiempo, Kenia dejó de conceder el estatus de refugiado a los somalíes que cruzaban la frontera.
"Antes, recibían automáticamente el estatus de refugiado, todo el mundo sabía que no había paz en Somalia y que estas personas no venían aquí de vacaciones", dice Jean Bosco Rushatsi, jefe de operaciones del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en los campos de Dadaab.
{{imagem=25}} [[[ ARTE Refugiados somalis pelo mundo + COMPARA quenianos + MAPA onde estão]]]
"Después de la decisión del gobierno de cerrar los campamentos, nadie más recibió el estatus de refugiado".
Sin eso, los somalíes también perdieron la perspectiva de ser reasentados en un país rico como Canadá, Australia o Estados Unidos.
La peor parte es que, como no son considerados refugiados, los somalíes que llegaron a Dadaab en los últimos dos años no reciben el paquete de asentamiento, que incluye un pedazo de tierra y material para construir sus tiendas.
Tampoco reciben la "ration card", una tarjeta que les da derecho a una porción quincenal de cereales, harina, aceite, azúcar, sal y algo de dinero para comprar vegetales y frutas.
Sin la ración quincenal, la familia de Noor ha sobrevivido, desde que llegaron a Dadaab, hace poco más de un mes, comiendo hojas hervidas. Todos los días, la hija mayor recoge las hojas en el bosque y las hierve en una olla hasta que se convierten en una masa verde y viscosa.
"Es salada, el sabor no es feo", dice Abay, la hija de 20 años.
Cuando llegó a Dadaab, Noor pensó que se había ganado la lotería. Encontró un terreno con dos tiendas cuyos ocupantes acababan de ser repatriados a Somalia.
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La familia de diez miembros se dividió en las manyattas improvisadas, cuyas paredes estaban hechas de ramas secas de acacia atadas con tiras de bolsas de basura y cubiertas con cartón y lona entregada por organizaciones humanitarias.
Como muebles, había sólo una estera en el piso. Dentro de las tiendas, vivía un enjambre inimaginable de moscas. En una esquina había una letrina construida por una ONG.
Una cerca hecha de ramas secas de acacia, cubiertas de espinas e infinidad de ropa vieja y trapos rodea la tienda. Las ropas viejas se usan para espantar a las hienas de las casas. Estos animales rondan el área durante la noche y matan a las cabras. A veces, matan a los bebés.
Noor estaba feliz con la casa que heredó, pero rápidamente se enteró de que no tendría derecho a la tarjeta de racionamiento. Por un mes, la familia vivió de alimentos donados por vecinos y hojas hervidas. La mayoría de los somalíes es musulmana y sigue estrictamente las enseñanzas de Mahoma de ayudar a los pobres.
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{{info=1}} [[[ARTE MAPA DA FOME NA SOMÁLIA]]
{{info=2}} [[[ARTE MAPA DA COLERA NA SOMÁLIA]]
Entonces Noor recibió un token, una manera que encontró el ACNUR de darle por lo menos algo de comida a las familias más necesitadas que no tenían el estatus de refugiados.
Noor, agradecido, se preparaba para despertarse a las 4 de la mañana y hacer una fila kilométrica para acceder a los almacenes mantenidos por el Programa Mundial de Alimentos. Dejaba el lugar con una pequeña cantidad de frijoles y maíz.
A pesar de todas las dificultades, Dadaab sigue siendo mejor que Somalia para los Addows.
"Por lo menos aquí tenemos agua", dice Habiba, la hija de 13 años, mientras empujaba un carrito con algunas vasijas. La familia tiene también acceso a asistencia médica. Salado, la hija de dos años, tiene malaria y acaba de regresar del hospital. La niña está débil, tiene los brazos delgados y un vientre protuberante, marcas de la desnutrición crónica.
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En Kenia, a los refugiados no se les permite trabajar ni salir de los campos. Se ganan la vida haciendo pequeños trabajos informales.
"Mi esposa pasó todo el día lavando ropa para otras personas y a cambio le dieron una bolsa de arroz. No hago nada más que esperar el food token", dice Noor.
El hombre cuenta que le encantaría ir a "América", donde viven muchos somalíes. Cuando se le dice que el actual presidente de Estados Unidos, Donald Trump, está dificultando el ingreso de refugiados al país, Noor frunce el ceño. "No sabía nada de eso".
Noor tampoco sabía que el gobierno de Kenia está cerrando los campos de refugiados. "Acabamos de llegar. No sé qué haremos si nos envían de vuelta a Somalia. Somos pastores y agricultores, no podemos volver a la tierra seca", dice.
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{{imagem=27}} [[[ARTE - ESTADOS FALIDOS]]]
Desde 2014, Kenia está promoviendo la repatriación voluntaria de 75.000 somalíes que viven en Dadaab. Dos de los cinco campamentos del complejo ya fueron cerrados.
Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), 6,2 millones de personas en Somalia necesitan ayuda humanitaria en la actualidad. Eso corresponde a casi la mitad de la población del país. En la última gran hambruna, en 2011, 260.000 personas murieron de hambre. Muchas personas están en peligro nuevamente.
"Van a cerrar los campamentos y enviar a la gente a un país donde no hay atención médica ni escuelas y hay una epidemia de cólera", dice Liesbeth Aelbrecht, jefa de la misión de Médicos Sin Fronteras, en Kenia.
Es probable que la vida de los refugiados se vuelva aún más difícil.
El gobierno de Kenia está construyendo una cerca de 700 kilómetros en la frontera con Somalia para restringir la entrada de los somalíes. El objetivo es frenar los atentados terroristas de la milicia islámica Al Shabab.
La empleada pública keniata Saadia Kullow, de 29 años, celebra la construcción de la cerca. Vive en Mandera, ciudad de 150.000 habitantes, ubicada en la triple frontera entre Kenia, Etiopía y Somalia.
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Mandera vive bajo estado de sitio desde hace meses debido a los ataques de Al Shabab. Hay un toque de queda entre las 19 y las 6 horas: cualquier persona que salga a la calle durante ese horario es detenida.
A los extranjeros no se les permite el ingreso a la ciudad por la falta de seguridad.
Representantes del gobierno y visitantes sólo transitan escoltados por vehículos con personal de seguridad con ametralladoras. El último atentado ocurrió a fines de mayo. Una bomba que explotó contra un convoy que transportaba al gobernador del condado mató a cinco guardaespaldas.
Saadia, que vive en Mandera desde que nació, ya fue testigo de cinco ataques. En el último, las bombas explotaron a pocos metros de su casa. Hasta el día de hoy, cada vez que un camión pasa por su calle o hay un ruido muy alto, su hijo de dos años y medio se despierta gritando: "¡Mamá, mamá, bomba!".
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"La tensión está siempre en el aire y nunca sabemos cuándo van a atacar. Pero lo harán. Por eso va a ser muy bueno el muro".
Hoy, la frontera es porosa, y los traficantes de armas, contrabandistas de azúcar y extremistas se aprovechan de eso.
{{imagem=24}} [[ARTE comparativo raio-x Somália X raio-x Quênia]]]
Cientos de personas cruzan desde Somalia a Kenia todos los días para trabajar, visitar a sus familiares y buscar pastos más verdes para los animales. Si tienen la mala suerte de encontrarse con un policía en el camino, los somalíes saben que todo lo que se necesita para llegar al otro lado es pagar un soborno de unos 50 chelines kenianos (US$ 0,50).
La construcción de la valla comenzó en 2014. Sin embargo, por ahora, sólo fueron construidos 5,3 kilómetros.
Pero eso ya representa un obstáculo.
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{{imagem=26}} [[[ARTE - PRESENÇA AL-SHABAB / MAPA]]
En el pueblo BP1 (abreviatura de Border Point 1, por ser el primer punto de esta frontera, que es una de las más volátiles del mundo), los pastores de cabras no pueden seguir cruzando tan fácilmente a Somalia, en busca de pastos verdes, cada vez más escasos.
La mayoría de los niños somalíes estudia en Kenia, porque no hay muchas escuelas abiertas en Somalia. Antes, sólo tenían que cruzar la frontera. Ahora tienen que caminar 12 kilómetros de ida y 12 de vuelta para bordear la cerca y llegar a la escuela.
"Esta frontera es artificial, nuestra comunidad es una sola: el mismo idioma, la misma gente, la misma religión", dice el jefe de la aldea BP1, Mohammad Salat. En el norte de Kenia, la población es étnicamente somalí y musulmana, a diferencia de la mayoría de los kenianos, que es cristiana. Hasta 1925, esta área era parte de la región somalí de Jubaland.
Según Fredrick Shisia, comisionado del condado de Mandera, el propósito de la cerca no es separar a somalíes y kenianos, sino evitar la entrada de terroristas. El grupo Al Shabab generalmente ataca a cristianos y empleados del gobierno, así como a soldados y policías kenianos.
Las tropas de Kenia están combatiendo a Al Shabab en Somalia desde 2011.
Shisia admite que la valla dificultará la entrada de refugiados somalíes. "Pero Somalia está ahora más estable, estamos incentivando a los somalíes a que regresen a su país, porque nadie reconstruirá el país si no regresan".
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Y, de todos modos, "este número enorme de refugiados es una carga para nuestra economía", dice Shisia. "Si es difícil para Europa, ¿imagine lo difícil que es para nosotros?".
A diferencia de Europa y Estados Unidos, donde los gobiernos también construyeron muros para detener el flujo de refugiados, Kenia no es un país rico.
Somalia tiene el ingreso per cápita más bajo del mundo: US$ 400 por año.
En Kenia, el ingreso per cápita es ocho veces el de Somalia. Aun así, Kenia está en el puesto 185 entre 230 países. Su ingreso de US$ 3400 por año, por persona, corresponde al 25% del ingreso anual per cápita de los brasileños.
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En el condado de Mandera, la tasa de analfabetismo es del 75%. No hay rutas asfaltadas. Más de la mitad de los niños padece desnutrición. Sólo hay un médico por cada 114.000 habitantes.
"En lugar de criticar el cierre de los campos y la construcción de la cerca, la comunidad internacional debería tratar de entender que Dadaab se convirtió en un refugio para los terroristas", dice Harun Kamal, vicecomisionado del condado de Garissa, donde se encuentra Dadaab. "Los países ricos deberían ofrecerse para recibir a cinco o diez mil refugiados somalíes".